75 ANIVERSARIO
Caballeros de Matxitxako
Franco indultó por su valor a los 20 supervivientes del bou 'Nabarra' condenados a muerte. Hoy se cumplen 75 años de unas de las batallas más desiguales y dramáticas disputadas en la mar
Un vigía del crucero 'Canarias', con un millar de marinos a bordo y en misión de caza por el Cantábrico, avistó el humo del convoy republicano a las 14.40 horas del 5 de marzo de 1937. Un vapor se recortaba contra el horizonte, 30 millas al Norte del puerto de Bilbao. Había mar gruesa del Oeste, con olas de casi cinco metros y fuertes chubascos y turbiones que azotaban las cubiertas.El gigantesco 'Canarias' venía de batirse con el pesquero artillado 'Gipuzkoa', al que perseguía ahora tras causarle cinco muertos y numerosos daños. El propio Manuel Galdós, comandante del bou, gobernaba, herido, el barco desde la popa con el timón de respeto. La andanada del destructor había alcanzado el puente, matando al piloto y al segundo y había dejado el pesquero al garete.El capitán de fragata Salvador Moreno, comandante del 'Canarias', ordenó seguir el rumbo del 'Gipuzkoa', que dejaba una estela de humo y fuego, pero sin perder de vista la línea de la costa. Debía evitar que el crucero entrara en el radio de acción de los cañones costeros de Punta Galea y Punta Lucero. De la enfermería le llegó un escueto informe: el guardiamarina José María Chereguini Lagarde, con las piernas amputadas por un disparo del 'Gipuzkoa', agonizaba en el sollado.Las máquinas lanzaron al buque, con sus inconfundibles cuatro torres dobles erizadas de cañones, capaces de hacer blanco a 22 kilómetros de distancia con proyectiles de 113 kilos, a toda velocidad tras su presa. 25 nudos. Pero hubo de desistir ante la posibilidad de ser batido desde tierra.El serviola del crucero de la flota sublevada observó entonces otra columna de humo entre el temporal. Era el mercante 'Galdames', con 173 pasajeros a bordo y una carga de tres toneladas de monedas de níquel de 1 y 2 pesetas para el Gobierno de Euzkadi, que quería llegar también a Bilbao. La confusión de la noche, el navegar en silencio radio y sin luces y, en fin, la mala mar, desbarataron el orden del convoy republicano que había zarpado la víspera de Baiona y de los bous de escolta. El comandante clavó la vista en el mercante. Al no hacer caso de las señales del buque de guerra para que detuviera su andar, Moreno ordenó dos disparos con las piezas de 120 mm. que alcanzaron al 'Galdames' en el puente bajo y en la carbonera central, provocando una carnicería. «El remedio fue eficaz, al instante izó bandera blanca y paró máquinas», escribiría luego en su informe Moreno.En el tiro al blancoEl 'Canarias', con su superioridad incontestable, enfiló poco después hacia un nuevo enemigo. Otro bou. Se trataba del 'Nabarra', un bacaladero artillado con dos modestos cañones Vickers de 101,6 milímetros, al servicio de la Marina Auxiliar de Guerra de Euzkadi y en misión de escolta.En realidad, era el antiguo 'Vendaval', armado en Aberdeen para la compañía Pesquerías y Secaderos de Bacalao de España (PYSBE), un auténtico veterano del Ártico y Terranova y de las agotadoras campañas de seis meses de los bacaladeros. El casco había sido pintado de un gris aplomado con ínfulas militares que no lograba disimular su honrado pasado laboral.A bordo venían 49 hombres bravos, un conglomerado variopinto de marinos mercantes y pescadores voluntarios llegados de toda España(la mayoría, vascos) y al mando de Enrique Moreno Plaza, un murciano de la Unión con 30 años recién cumplidos y el culo pelado por el océano, al que le gustaban las motos y la mar. Afincado en Pasajes, acababa de casarse en Navidades con Natividad Arzac, hija de un farmacéutico del puerto guipuzcoano. Nunca lo supo, pero Enrique Moreno, todo un galán con su uniforme azul marino y su gorra de la Mercante, había dejado a Natividad en tierra, embarazada.No había nada que hacer. Aún así, Enrique Moreno ordenó zafarrancho de combate. El comandante alzó su voz sobre el ruido de la máquina y ordenó ponerle proa al mastodóntico buque de guerra y disparar a mansalva con el cañoncito de proa. Nadie rechistó. En los bacaladeros la disciplina era sagrada y jamás se discutía una orden de aquellos tipos bregados. «Los capitanes eran queridos y respetados», asegura el historiador Juan Pardo San Gil, especialista en la batalla de Matxitxako, de la que mañana se cumplen 75 años.El 'Canarias' se empleó a fondo. Desde 7.000 metros lanzó una andanada con las piezas de 203 mm. que acertó en el puente y roció después la cubierta con metralla disparada por los cañones de 120.El 'Nabarra', un barco muy marinero de 65 metros de eslora, trató de jugar sus bazas, escondiéndose entre el alto oleaje, enmascarándose en los chubascos, cambiando de rumbo sin cesar para dificultar el tiro de los militares y tratando de acercarse al 'Canarias' para poder dispararle con sus dos cañones «bastante bien dirigidos y manejados», como reconoció el propio comandante enemigo en su informe. El combate duró una hora. «Otros dos impactos de grueso calibre, casi consecutivos, consiguieron acallar las piezas y lo pusieron en situación insostenible».A bordo del 'Nabarra', su comandante reunió a los hombres y les dijo que prefería hundirse con el barco a entregarlo, pero que ellos eran libres para abandonarlo. Se botaron dos lanchas y subieron a bordo 20 hombres. Otros 29 (había ya varios muertos; los fogoneros, abrasados por la explosión de las calderas) se quedaron a bordo, orgullosos de su destino. El marmitón Juan Elguezábal blandió un cuchillo, asomado en cubierta, y se encaró a lo lejos con los marineros del buque de la Armada franquista, como confirma el historiador Juan Pardo. «¡Venid si tenéis huevos, cabrones!», les gritaba animado por el coñac. Poco antes de anochecer, se escuchó un estampido y hubo una gran llamarada. El 'Nabarra' se fue a pique y todos los supervivientes fueron condenados a muerte.Pero es aquí donde esta historia da un giro espectacular y la batalla del cabo Matxitxako adquiere tintes míticos.Manuel Calderón y López Vago, de Deba (Gipuzkoa), capitán de corbeta y comandante de tiro del 'Canarias', demostró, según relata el escritor Arturo Pérez Reverte, «una admiración por la valentía del enemigo derrotado, una compasión y calidad humana que situaron en el mismo plano de grandeza moral (...) a vencedores y vencidos». Calderón, destinado como edecán naval al Estado Mayor de Salamanca, trabó allí amistad con Carmen Polo de Franco y con el propio general, a quien aburrió con sus peticiones de clemencia. «Son unos héroes y merecen vivir», le espetó al Caudillo. «Y lo eran, aquel día todos lo eran», resume desde su hogar sobre el puerto de Bermeo Juan Azkarate, 91 años, último superviviente del 'Araba', otro de los bous artillados de la Marina Auxiliar de Euzkadi.El 30 de noviembre de 1938 Franco firmó el indulto para los 20 supervivientes del 'Nabarra' a instancias del comandante Moreno (que llegó a ministro de Marina) y de Calderón. Pero este último no se contentó con salvarles la vida. Veló por ellos e hizo cuanto estuvo en su mano para ayudarlos. «En el franquismo, y con sus antecedentes, no lo tenían fácil. Calderón se ponía su uniforme y les acompañaba a pedir un préstamo, a conseguir un trabajo... Hizo todo lo que pudo por los hombres del 'Nabarra'», apunta Juan Pardo.El ocupante de HendayaEl propio Calderón posee también una biografía fuera de lo común. Además de su encomienda ante los supervivientes del 'Nabarra', el marino hizo algunas sonadas: ocupó Hendaya cuando era comandante naval del Bidasoa aprovechando la desbandada de los militares franceses ante el avance de Hitler, dio refugio a pilotos aliados abatidos al otro lado de los Pirineos (en sus memorias, subraya Pardo, escribió que cobijó a un tal Robert Mitchell o Mitchum «que se hizo famoso en Hollywood»), ordenó quemar los valiosísimos archivos cuando llegó a la comandancia de Marina de Santander y cometió la terrible falta de pedir al Ejército de Tierra que se hiciera cargo de la factura de una comida de gala para la oficialidad del buque escuela 'La Argentina'... Esa gota colmó el vaso y quedó sin destino. Pero aún así siguió ayudando a los del 'Nabarra', quienes le visitaron y le correspondieron haciéndole padrino de varios de sus hijos y nietos.Victoria moral
Un vigía del crucero 'Canarias', con un millar de marinos a bordo y en misión de caza por el Cantábrico, avistó el humo del convoy republicano a las 14.40 horas del 5 de marzo de 1937. Un vapor se recortaba contra el horizonte, 30 millas al Norte del puerto de Bilbao. Había mar gruesa del Oeste, con olas de casi cinco metros y fuertes chubascos y turbiones que azotaban las cubiertas.
El gigantesco 'Canarias' venía de batirse con el pesquero artillado 'Gipuzkoa', al que perseguía ahora tras causarle cinco muertos y numerosos daños. El propio Manuel Galdós, comandante del bou, gobernaba, herido, el barco desde la popa con el timón de respeto. La andanada del destructor había alcanzado el puente, matando al piloto y al segundo y había dejado el pesquero al garete.
El capitán de fragata Salvador Moreno, comandante del 'Canarias', ordenó seguir el rumbo del 'Gipuzkoa', que dejaba una estela de humo y fuego, pero sin perder de vista la línea de la costa. Debía evitar que el crucero entrara en el radio de acción de los cañones costeros de Punta Galea y Punta Lucero. De la enfermería le llegó un escueto informe: el guardiamarina José María Chereguini Lagarde, con las piernas amputadas por un disparo del 'Gipuzkoa', agonizaba en el sollado.
Las máquinas lanzaron al buque, con sus inconfundibles cuatro torres dobles erizadas de cañones, capaces de hacer blanco a 22 kilómetros de distancia con proyectiles de 113 kilos, a toda velocidad tras su presa. 25 nudos. Pero hubo de desistir ante la posibilidad de ser batido desde tierra.
El serviola del crucero de la flota sublevada observó entonces otra columna de humo entre el temporal. Era el mercante 'Galdames', con 173 pasajeros a bordo y una carga de tres toneladas de monedas de níquel de 1 y 2 pesetas para el Gobierno de Euzkadi, que quería llegar también a Bilbao. La confusión de la noche, el navegar en silencio radio y sin luces y, en fin, la mala mar, desbarataron el orden del convoy republicano que había zarpado la víspera de Baiona y de los bous de escolta. El comandante clavó la vista en el mercante. Al no hacer caso de las señales del buque de guerra para que detuviera su andar, Moreno ordenó dos disparos con las piezas de 120 mm. que alcanzaron al 'Galdames' en el puente bajo y en la carbonera central, provocando una carnicería. «El remedio fue eficaz, al instante izó bandera blanca y paró máquinas», escribiría luego en su informe Moreno.
En el tiro al blanco
El 'Canarias', con su superioridad incontestable, enfiló poco después hacia un nuevo enemigo. Otro bou. Se trataba del 'Nabarra', un bacaladero artillado con dos modestos cañones Vickers de 101,6 milímetros, al servicio de la Marina Auxiliar de Guerra de Euzkadi y en misión de escolta.
En realidad, era el antiguo 'Vendaval', armado en Aberdeen para la compañía Pesquerías y Secaderos de Bacalao de España (PYSBE), un auténtico veterano del Ártico y Terranova y de las agotadoras campañas de seis meses de los bacaladeros. El casco había sido pintado de un gris aplomado con ínfulas militares que no lograba disimular su honrado pasado laboral.
A bordo venían 49 hombres bravos, un conglomerado variopinto de marinos mercantes y pescadores voluntarios llegados de toda España(la mayoría, vascos) y al mando de Enrique Moreno Plaza, un murciano de la Unión con 30 años recién cumplidos y el culo pelado por el océano, al que le gustaban las motos y la mar. Afincado en Pasajes, acababa de casarse en Navidades con Natividad Arzac, hija de un farmacéutico del puerto guipuzcoano. Nunca lo supo, pero Enrique Moreno, todo un galán con su uniforme azul marino y su gorra de la Mercante, había dejado a Natividad en tierra, embarazada.
No había nada que hacer. Aún así, Enrique Moreno ordenó zafarrancho de combate. El comandante alzó su voz sobre el ruido de la máquina y ordenó ponerle proa al mastodóntico buque de guerra y disparar a mansalva con el cañoncito de proa. Nadie rechistó. En los bacaladeros la disciplina era sagrada y jamás se discutía una orden de aquellos tipos bregados. «Los capitanes eran queridos y respetados», asegura el historiador Juan Pardo San Gil, especialista en la batalla de Matxitxako, de la que mañana se cumplen 75 años.
El 'Canarias' se empleó a fondo. Desde 7.000 metros lanzó una andanada con las piezas de 203 mm. que acertó en el puente y roció después la cubierta con metralla disparada por los cañones de 120.
El 'Nabarra', un barco muy marinero de 65 metros de eslora, trató de jugar sus bazas, escondiéndose entre el alto oleaje, enmascarándose en los chubascos, cambiando de rumbo sin cesar para dificultar el tiro de los militares y tratando de acercarse al 'Canarias' para poder dispararle con sus dos cañones «bastante bien dirigidos y manejados», como reconoció el propio comandante enemigo en su informe. El combate duró una hora. «Otros dos impactos de grueso calibre, casi consecutivos, consiguieron acallar las piezas y lo pusieron en situación insostenible».
A bordo del 'Nabarra', su comandante reunió a los hombres y les dijo que prefería hundirse con el barco a entregarlo, pero que ellos eran libres para abandonarlo. Se botaron dos lanchas y subieron a bordo 20 hombres. Otros 29 (había ya varios muertos; los fogoneros, abrasados por la explosión de las calderas) se quedaron a bordo, orgullosos de su destino. El marmitón Juan Elguezábal blandió un cuchillo, asomado en cubierta, y se encaró a lo lejos con los marineros del buque de la Armada franquista, como confirma el historiador Juan Pardo. «¡Venid si tenéis huevos, cabrones!», les gritaba animado por el coñac. Poco antes de anochecer, se escuchó un estampido y hubo una gran llamarada. El 'Nabarra' se fue a pique y todos los supervivientes fueron condenados a muerte.
Pero es aquí donde esta historia da un giro espectacular y la batalla del cabo Matxitxako adquiere tintes míticos.
Manuel Calderón y López Vago, de Deba (Gipuzkoa), capitán de corbeta y comandante de tiro del 'Canarias', demostró, según relata el escritor Arturo Pérez Reverte, «una admiración por la valentía del enemigo derrotado, una compasión y calidad humana que situaron en el mismo plano de grandeza moral (...) a vencedores y vencidos». Calderón, destinado como edecán naval al Estado Mayor de Salamanca, trabó allí amistad con Carmen Polo de Franco y con el propio general, a quien aburrió con sus peticiones de clemencia. «Son unos héroes y merecen vivir», le espetó al Caudillo. «Y lo eran, aquel día todos lo eran», resume desde su hogar sobre el puerto de Bermeo Juan Azkarate, 91 años, último superviviente del 'Araba', otro de los bous artillados de la Marina Auxiliar de Euzkadi.
El 30 de noviembre de 1938 Franco firmó el indulto para los 20 supervivientes del 'Nabarra' a instancias del comandante Moreno (que llegó a ministro de Marina) y de Calderón. Pero este último no se contentó con salvarles la vida. Veló por ellos e hizo cuanto estuvo en su mano para ayudarlos. «En el franquismo, y con sus antecedentes, no lo tenían fácil. Calderón se ponía su uniforme y les acompañaba a pedir un préstamo, a conseguir un trabajo... Hizo todo lo que pudo por los hombres del 'Nabarra'», apunta Juan Pardo.
El ocupante de Hendaya
El propio Calderón posee también una biografía fuera de lo común. Además de su encomienda ante los supervivientes del 'Nabarra', el marino hizo algunas sonadas: ocupó Hendaya cuando era comandante naval del Bidasoa aprovechando la desbandada de los militares franceses ante el avance de Hitler, dio refugio a pilotos aliados abatidos al otro lado de los Pirineos (en sus memorias, subraya Pardo, escribió que cobijó a un tal Robert Mitchell o Mitchum «que se hizo famoso en Hollywood»), ordenó quemar los valiosísimos archivos cuando llegó a la comandancia de Marina de Santander y cometió la terrible falta de pedir al Ejército de Tierra que se hiciera cargo de la factura de una comida de gala para la oficialidad del buque escuela 'La Argentina'... Esa gota colmó el vaso y quedó sin destino. Pero aún así siguió ayudando a los del 'Nabarra', quienes le visitaron y le correspondieron haciéndole padrino de varios de sus hijos y nietos.
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