La jirafa más conocida de la Historia ha sido la jirafa de Medici, la que enviaron en 1486 a Lorenzo de Medici. No fue la primera que trajeron a Europa. Julio Cesar llevó una a Roma el año 46 a.C. para los festejos de celebración de la victoria en Egipto. Entre los animales que completaron aquella expedición, la jirafa fue la que cosechó un mayor éxito. Los romanos pusieron un nombre (camelopardale) de origen griego (καμηλοπάρδαλη) a un animal hasta entonces desconocido; el nombre aúna los nombres de dos animales conocidos para los romanos, el camello y el leopardo, porque les pareció que sus características eran una combinación de las de ambos. De ahí procede, precisamente, su nombre científico, Giraffa camelopardalis. El nombre genérico, Giraffa, proviene del árabe de la palabra ziraafa o zurapha, y de “camelopardale”, la segunda palabra con que se denomina a la especie.
Lorenzo de Medici quiso emular al gran César, pues deseaba tener ante los florentinos el mismo prestigio y auctoritas que el que César tenía ante los romanos. Aunque no se sabe con total seguridad, parece ser que la jirafa se la regaló el sultán mameluco de Egipto al-Ashraf Qaitbay, ya que quería conseguir el apoyo de los Medici frente a los otomanos. La jirafa tuvo un éxito enorme entre los florentinos; tal fue su impacto en Florencia que hasta los artistas de la época dejaron constancia gráfica de la misma en algunas obras: la obra conocida como “La recolección del maná” de Il Bacchiacca es un buen ejemplo de ello, pero no el único.
Pero la pobre jirafa tuvo mala suerte. Aunque prepararon para ella un establo especial, un mal golpe contra una de las vigas, le produjo una rotura de cuello y la muerte. Por lo visto, las vigas no se encontraban a la altura que habría sido necesaria. Al fin y a la postre, la jirafa es el animal más alto que existe. Los machos de la especie pueden alcanzar los 900 kg de peso y los 5’5 m de altura. Su característica más notable, y conspicua, es la longitud de su cuello. Gracias a esas dimensiones las jirafas pueden alcanzar hojas situadas en ramas a las que no puede acceder ningún otro animal que carezca de la facultad de volar.
El tener un cuello tan largo tiene algunas consecuencias que merecen atención. De entrada, para bombear sangre a tanta altura se requiere una bomba muy poderosa. El corazón de las jirafas es verdaderamente grande y fuerte: tiene 12 kg de masa, 60 cm de longitud y paredes de 7’5 cm de grosor. Desarrolla un trabajo impresionante, y la presión arterial en la aorta es el doble de la que se produce en la aorta de cualquier otro mamífero.
El caso es que esa presión tan alta podría resultar un inconveniente grave para los órganos y extremidades que se encuentran por debajo del corazón, pues se encuentran sometidos a una presión hidrostática interna muy alta. De hecho, en cualquier otro animal, esa presión en las extremidades provocaría que el plasma sanguíneo se filtrase desde los capilares hacia las células de los tejidos. Eso no ocurre en las jirafas, claro, porque las paredes de sus vasos sanguíneos son muy gruesas, así como el tejido conjuntivo y la propia piel. La piel de las jirafas es semejante al tejido de los trajes g de los pilotos, y gracias a ello neutraliza los posibles efectos de la alta presión sanguínea. Gracias a eso, la sangre no se acumula en las patas y no se produce edema.
Pero, ¿qué ocurre cuando baja la cabeza para beber? ¿no se le acumula la sangre en la cabeza? ¿no ejerce una presión intolerable sobre el cerebro? No se le acumula, no; para evitarlo cuentan con un dispositivo especial, en el cuello, para más señas. Se trata de un dispositivo que no es exclusivo de las jirafas, sino que consiste en un sistema con el que contamos todos los mamíferos, pero adaptado de manera que sirve para resolver este problema en particular. Me estoy refiriendo a la "rete mirabile", -la red maravillosa-, que tenemos bajo la cabeza. Aquí ya hemos visto otras redes maravillosas como esa; los atunes, por ejemplo, la utilizan para mantener caliente la musculatura natatoria y desarrollar así más trabajo, y muchos otros vertebrados, -nosotros entre ellos-, la utilizan (utilizamos) para refrigerar la sangre que va al cerebro[1].
El caso es que en las jirafas la rete mirabile cumple una función completamente diferente. La forman numerosos vasos sanguíneos y puede llegar a alojar volúmenes de sangre muy variables. Gracias a esa flexibilidad, al bajar la cabeza, los vasos de la red se llenan de sangre e impiden que un volumen excesivo de sangre provoquen una presión intolerable sobre el cerebro; al alzar de nuevo la cabeza, los vasos de la red se vacían. En esa tarea participan unas válvulas que tienen un cometido de gran importancia, pues gracias a ellas se ejerce un estricto control sobre el flujo de sangre. La rete mirabile, en este caso, ejerce una función tamponadora de la presión hidrostática.
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