En Bilbao sois más desinhibidos y es más fácil ligar». Situadas entre los 20 y los 30, aseguraban beber de buenas fuentes. Y allí estaba yo, más sorprendido que un mileurista llegando a fin de mes. Bilbao, destino sexual. Vivir para oír. Como en 'Sexo en Nueva York', me hablaron de la noche bilbaína y de que somos más liberales y abiertos que en otros lares. Y yo con los ojos como platos y la barbilla en el ombligo. Siendo ellas de Galicia, Asturias, Cataluña y Madrid, pensé que algo fallaba. En la costa del oeste puede, pero en la del este siempre nos sacaron traineras en temas de contacto. Y según bajas hacia el sur, ni te cuento. Así que les hablé de «mi verdad». Si superan los 40, me entenderán. Somos la generación del «casi». Excluyo a quienes se salían de guapos o conducían de 'Golf' para arriba. Para el resto, sentarse en un capó frente a las chicas era coquetear. Pasado un tiempo, ellas enviaban a una emisaria preguntando por coche y espacio. Hablamos de años aún más machistas que los actuales, cuando pocas tenían acceso a volante. Juro que hemos llegado a viajar, de Bilbao a Sopelana, diez pasajeros y conductor en un 127. La ignorancia es osada. Y entonces éramos muy osados.
Hasta que llegaba el gran día. Un beso furtivo en Pozas, en La Barrica de Plentzia, en el muelle de Portu o en las fiestas de turno. Y tras el logro, dos opciones. La primera, continuar con la relación. Lo que conllevaba no pocos esfuerzos y normas. Como la «ley de la indisolubilidad de la cuadrilla». Las parejas, salvo partido, tenían el domingo. Utilizar viernes y sábados era pecado. Con todo, resultaba peor mezclar amores y amigos. Ser aceptada suponía para la chica más esfuerzo que conseguir plaza en Osakidetza. La segunda opción era dejar el beso, llamado lote, en mera anécdota. No era fácil. Presos de una educación casposa, resultaba imposible cortar de raíz. Había que alargarlo unos días. Jornadas en las que descubrías las cafeterías, los bancos de los parques y las películas sin tiros. Pasada una semana, se podía poner fin al asunto con frases del tipo «no eres tú, soy yo» o «te mereces algo mejor». Ellas recurrían al temido «podemos ser amigos». Por supuesto, estaba prohibido cualquier amago con «una de la cuadrilla». Forma de referirse a la chica apreciada por todos, objetivo platónico y, por lo tanto, intocable. Ellas tenían idénticos principios, salvo el perdón ante una nocturna caída en brazos de un canalla. Guapo, atrevido y nunca del entorno. El adecuado para culparle de todo. Cierto que hubo gentes con duende que, noche sí noche también, acababan triunfando. Entre ellos, amigos y amigas del alma. Los admiré con envidia insana. Por su habilidad para buscar objetivo, momento y camino. Pero eso ni se aprende, ni se contagia. Se nace, como se nace futbolista, torero o artista. El resto al banquillo o a trabajar de tramoyista.
Las cuatro compañeras me miraron divertidas desde la duda, preguntaron por amores propios y ajenos y reímos juntos al recordarlos. Pero, cuando se fueron, decidí que pronto volvería a casa. Amistades y familia dicen que es cierto. Que los vascos hemos cambiado. Que, ahora, el sexo existe. Incluso, entre quienes caminan más allá de la cuarentena. Según el último estudio al respecto, estamos entre los que más hablan de sexo. Otra cosa es practicarlo. Un 88% cree que sus relaciones podrían mejorar. Y afirman que practicarlo ayuda a sobrellevar la crisis y la crispación. Está claro que nuestros políticos también suspenden en eso. En fin, habrá que investigar sobre el asunto. No piensen mal. Sólo me mueve el interés sociológico.
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