Hay ciudades elegantes y luego está Bilbao. O estaba. Porque la ciudad de los tabardos con choto parece que cede al todo vale. Antes de que se desgarren las vestiduras déjenme, lo que dura una ronda rápida, para explicarme. Soy de los que proclamo, sacando pecho, que el 'botxo' es el último reducto del buen vestir y la elegancia. Pero cada día me cuesta más. Es bajar por Sabino Arana o aterrizar en Loiu y comprobar que la horterada se está apoderando de nuestras aceras. Las gabardinas, tan propias como distinguidas, están cediendo ante el tres cuartos todoterreno. Y no me nieguen que algunos más parece que vayan a por perdices que a tomarse unos vinos. El pantalón gris, según veo, se mantiene como prenda autóctona y heredera de aquél de mil rayas, vestido y cantado, que llevaban los de Atxuri.
Lo malo son las combinaciones. Que a veces no sabes si lo que llevan es un traje o un uniforme reflectante. La bermuda, por su parte, está haciendo estragos. Menos mal que ha llegado el frío. Ir al banco a pedir un crédito y que te lo nieguen es desolador. Que no te lo conceda alguien en bermudas y chancletas es humillante. Y no me vengan con lo de la temperatura, la comodidad o la capa de ozono. Si por algunos fuera, esa capa se sustituiría por un chándal. Me pregunto a quién deberemos el honor de que una prenda deportiva sea considerada ropa de calle. Ni Coco Chanel tuvo tanto éxito en sus predicamentos. De vestirlo la Pantoja, Fidel Castro y el gremio yonky hemos pasado a verlo por todas partes. Y lo siento, pero ver a familias paseando embutidas en esa descontextualizada prenda por Bilbao me provoca unas taquicardias que no las quita ni un vermut preparado. Es como llevar zapatillas de tenis con calcetín de ejecutivo. Va a tener razón mi amigo Txema. Dice que desde que murió Versace la gente va como quiere.
Cierto que a porcentaje de tiendas elegantes y gente lustrosa no nos gana nadie. Y que lo de sustituir en nuestra Gran Vía una hamburguesería por una tienda de Louis Vuitton me ha permitido chulear por Madrid lo que no está en los escritos. También ayuda a mantener alto el orgullo que niños y niñas sigan llenando parques y plazas con un estilo que no se ve en otras tierras. Pero, como nos dejemos, podemos perder aquella histórica elegancia. A Bilbao venía a vestirse la aristocracia, la gente de posibles y los artistas de postín. Muchos de ellos con menos arte en el combinar que Perales eligiendo camisas. Pero en esta villa se encontraban con un estilo entre inglés y autóctono, quizá el orden sea al revés, que les permitía adquirir en nuestras tiendas y sastrerías un aire tan inconfundible como exclusivo. El estilo de Bilbao.
No hablo de gustos, sino de dejarse. Prefiero un osado que un cutre. Tampoco se trata de intransigencia. Que cada uno vaya como quiera. Pero no digamos luego que somos una capital bien vestida. Además, recuerdo que hablo del 'botxo'. Lo digo porque hay quien decidió tener el buzón en el campo o la costa para, precisamente, escapar de formalismos. Ese es otro debate. Pero Bilbao es Bilbao. Puede que ella abusara del pañuelo al cuello y que él pecara de clasicismo, pero había fundamento en el vestir. Fuera en las ocasiones o en el día a día. Por eso, éste es un humilde aviso a navegantes: el chándal debería seguir siendo, por decreto municipal, una simple prenda deportiva. Menos controlar la OTA y más agentes vigilando que Bilbao no parezca el tendedero de Belén Esteban. Tenemos buenas tiendas y diferentes precios. Así que no hay excusas. Dejemos claro al turista y, sobre todo, al nativo que la nuestra es una villa señorial. Porque Bilbao siempre se vistió con elegancia. Aunque solo fuera para sacar al perro, bajar la basura o comprar el pan. Lo siento, ser de Bilbao obliga. O somos o no somos.
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