El deporte-religión de Japón ya no tiene la popularidad de la que gozaba años atrás y se va llenando de extranjeros.
Nació en los campos agrícolas hace más de mil años, fue adoptado luego por los guerreros samurái --cuando los señores feudales y shogunes se repartieron el país-- y finalmente fue convertido en un deporte-religión con profundas raíces en el shintoísmo. El sumo, esa especie de lucha libre que protagonizan dos colosales combatientes semidesnudos, se encuentra en crisis.
Una crisis que se prolonga desde hace más de una década, pero que ha tenido su punto más álgido en el último año, no solo porque el mongol Asashoryu --el peleador de más alta categoría (Yokozuna) dentro de la disciplina-- se ha visto envuelto en escándalos mediáticos, sino también por la muerte de un practicante de 17 años de edad, que fue salvajemente golpeado con bates de béisbol y botellas de cerveza por su propio maestro y varios condiscípulos, quienes le causaron la muerte.
La gota que derramó el vaso del escándalo en agosto pasado fue la expulsión de Asashoryu de dos de los seis torneos que organiza la poderosa Asociación de Sumo de Japón cada año. Poco después, los médicos le diagnosticaron al campeón desórdenes mentales, mientras el fisco descubrió que había evadido impuestos por más de cien millones de yenes (alrededor de US$860.000 en aquel momento). Y como si esto fuera poco, algunos medios lo acusaron insistentemente de haber comprado combates para asegurarse la victoria, un delito que no ha sido comprobado, pero que ha manchado su historial.
De carácter explosivo (algo inconcebible en un peleador de sumo, a quien la tradición le impone no mostrar sus sentimientos, y ser esencialmente parco y humilde a la hora de hablar) Dolgursuren Dagvadori, nombre real de Asashoryu, siempre ha tenido problemas para aceptar la rígida y arcaica estructura del sumo.
"Asashoryu es muy fuerte y eso le ha permitido llegar a donde se encuentra. Pero no posee ninguna de las características que tradicionalmente se espera que tenga un sumotori. Es demasiado emocional: se ríe a carcajadas, se molesta y pelea con los periodistas, y habla demasiado. Todo esto se le acepta porque es un luchador extranjero. Si fuese japonés, el público no se lo perdonaría explica Tokuya Kanamori, doctor en sociolingüística japonesa en la prestigiosa Universidad Hitotsubashi, y un especialista en el tema del sumo.
Para entender lo que afirma Kanamori, habría que explicar que con la llegada de Asashoryu al máximo grado de Yokozuna parece haberse iniciado un cambio en la estructura del sumo, una disciplina ligada a la esencia de la nacionalista identidad nipona, donde los dos campeones reinantes son extranjeros (el otro es el también mongol Hakuho).
Hasta la década pasada y desde el siglo XVII solo dos extranjeros lograron ingresar en la élite del sumo, donde eran vistos como una curiosidad: el hawaiano Akebono y el samoano Musashimaru.
"La popularidad del sumo también comenzó a declinar porque otros deportes, como el fútbol, ingresaron a Japón. Desde ese momento, hace poco más de una década, convertirse en sumotori ya no fue algo atractivo para la juventud, prefería soñar con convertirse en una estrella del balompié, donde además se gana mucho más dinero que en el sumo. Por otro lado, para una familia moderna ya no es un orgullo y un honor tener un hijo sumotori, como era en la antigüedad. A eso habría que sumarle que faltan luchadores japoneses que tengan fuerza y carisma, como en la década del 90, la época dorada del sumo, cuando los hermanos Takanohana y Wakanohana eran unos ídolos para los japoneses", acota Kanamori.
No solo en JapónA pesar de la gran cantidad de rituales que lo rodea, el sumo es un deporte de reglas sencillas: pierde el luchador que toca el suelo con otra parte del cuerpo que no sea la planta del pie, el que es expulsado del círculo de lucha, el que usa técnicas ilegales como golpear con el puño cerrado o dar patadas encima de la rodilla, y el luchador que pierde el mawashi o taparrabo durante la pelea.
El sumo se remonta a unos 30 años a.C., pero el primer documento que da cuenta de una lucha data del 720 d.C. En 1854, el comodoro Matthew Perry fue el primer occidental en presenciar una lucha de sumo.
Este deporte se profesionalizó en 1925 con la creación de la Asociación de Sumo de Japón, y actualmente se practica de forma amateur en países como Brasil, EE.UU. y Alemania, entre otros.
En el sumo, la categoría máxima es la de Yokozuna, que equivale a campeón y para la cual existen dos vacantes; le sigue la categoría Oozeki, que equivale a retador, con cuatro vacantes. De aquí en adelante son diversas categorías, todas equivalentes a luchador: Sekiwake, dos vacantes; Komusubi, dos vacantes; Makkuchi, 32 vacantes; y Juryo, 26 vacantes. De aquí en adelante vienen los aprendices, de la primera a la cuarta categoría: Makushita, 120 vacantes; Sanadme, 200 vacantes, Jonidan, 300 vacantes y Jonokuchi, 100 vacantes.Actualmente hay en Japón unos 800 sumotori contando todas las categorías.Los sumotori son alimentados una o máximo dos veces al día con gran cantidad de comida, con la finalidad de que ganen peso.Existen 70 técnicas básicas en la lucha y diez especiales.Los torneos oficiales que existen en Japón son seis, uno cada dos meses, que dura 15 días. Cada pelea es vigilada por seis árbitros en total.
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