Llovía sin parar desde hacía días, la ría amenazaba con desbordarse y lo peor se esperaba con la llegada de la marea alta. Se llamaba Santi y le decían 'el marinero'. Regentaba, junto a su mujer Pura, un restaurante con solera frente a la plaza de toros y su merluza rellena era motivo de peregrinaje. Pero era conocido, sobre todo, por protagonizar las apuestas más atrevidas del territorio. Ante una riada como la de aquel día, el común de los mortales se hubiera alejado de la ribera. Él no. Se apostó a que cruzaba la ría de una orilla a otra. Murió en el intento. Pero todavía hoy, si te acercas a los muelles, puedes escuchar la historia.
Va en nuestra forma de ser. No es el juego, sino el reto. Esta es la clave para que seamos una tierra en la que se saca con facilidad una apuesta. Llamémosle fe en uno mismo y en lo propio o, simplemente, carácter osado. Son famosas las apuestas del deporte rural. En Bilbao fueron tan populares que intentaron prohibirlas. Pero hoy hablaremos de otras menos conocidas. A raíz de la publicación del artículo 'Hollywood en Bilbao' son muchos los paisanos que me han hecho llegar apuestas de antaño. Unas con final trágico, como la narrada. O como la de un tal Larrinaga, que murió de indigestión de angulas tras apostar que se comía tres kilos de una sentada. Pero hay otras con final feliz. Como la de un electricista, de nombre Ramón y de mote 'el chispas'. Tuvo lugar en cierto bar de Abando.
Si Paul Newman apostaba, en 'La leyenda del indomable', que era capaz de comer cincuenta huevos cocidos, 'el chispas' no iba a ser menos. Aseguró que podía engullir otros cincuenta. En su caso, fritos. Y vaya que si lo hizo. Ganó la apuesta, pero machacó su hígado. He de decir que nunca le vi preocupado por ello. No es esta la única apuesta gastronómica conocida. Me cuentan de una en el Club Deportivo de Bilbao. No fue en el frontón, sino en la barra de Goyo. Por un lado, Eduardo Rubio. Por otro, 'Moñoño' Blanco, pelotari y hermano del de Mocedades. Dos botxeros de pro. Se trataba de ver quién lograba comer más carolinas. Si no era fácil engullir el autóctono pastel en grandes cantidades, con la norma que pusieron el asunto se tornó épico. Prohibido beber. Además de complicar de manera seria el paso del merengue, le añadía al proceso una sensación de ahogo. La única forma de tragar era empujarlo todo con la cesta de hojaldre. Así lo hizo Rubio y ganó. Encontrarán la historia en la contraportada de un libro recién publicado y que ansío leer. Pero, para curiosa, la de un tal Felipón y un tal Markina. Ambos se autoproclamaban como la persona más enfermiza de Bilbao. Y para dilucidar quién lo era más, apostaron un café a ver quién de los dos iba a morir antes. Felipón falleció primero y ganó. Aunque, como es lógico, no pudo cobrarse el café.
No haremos apología de la apuesta. Pierde más la familia del que juega que quien la propone o acepta. Pero la vida es así y así la contamos. Quedémonos con las que llevan más orgullo que euros. No es casualidad que el concurso '¿Qué apostamos?' fuera presentado por un bilbaino con diptongo. Y que una de sus apuestas más recordadas fuera la protagonizada por los hoy famosos, y descamisados, bomberos de Bilbao. Levantaron un coche y lo mantuvieron en equilibrio utilizando la fuerza de sus mangueras. Tampoco es casualidad que Ramontxu apostara hace unas semanas, con sus oyentes de Punto Radio, que, si llegan a 10.000 amigos en la página de Facebook de 'Protagonistas fin de semana' antes de las 12 de la noche del 31 de diciembre de este año, se rapará el pelo al cero. Nunca apuesta. Pero le tocamos el orgullo. Ya lo dice la sabiduría popular. Una txapela: un vasco. Dos txapelas: una apuesta
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