Joaquín Caparrós camina por Bilbao con la torre Iberdrola al fondo
A Joaquín Jesús Caparrós Camino, entrenador del Athletic Club desde 2007, le ha costado unos cuantos añitos cambiar la imagen que tenía de Bilbao. Sus primeras citas con la ciudad del Nervión tuvieron lugar a mediados de los terribles 70, cuando llegaba a Vizcaya embutido en el chándal del Castilla. «Era una ciudad oscura. Muy oscura y muy gris. Ese ambiente era consecuencia de su industria, de los Altos Hornos... Hoy le ha cambiado hasta el color», resume Caparrós.
Y es cierto. El Bilbao de hoy tiene otros tonos. Y hasta más luz. Y no solo por el último rascacielos luminoso, la nueva sede corporativa de Iberdrola, una vela de 165 metros de alto que se levanta junto a los antiguos muelles comerciales, al lado del Guggenheim de brillante titanio. Tampoco por la completa supresión de las calderas de calefacción de carbón que convertían la ciudad en una acuarela gris cada invierno.
No. Es como si los vientos del siglo XXI hubieran hecho desaparecer aquella espesa boina de hollín que coronaba el Botxo, una villa plantada en los bordes de la Ría del Nervión y que trepa por sus laderas, como una planta en busca de oxígeno y sol. «Cuando volví en los 90, como entrenador del Recreativo de Huelva y del Depor, a pelear en San Mamés o camino de Pamplona, el cambio ya era evidente», recuerda Caparrós. «El museo Guggenheim estaba en construcción y se hacían muchas cosas pensando en la ciudad. Hoy presumo de Bilbao», se ufana el entrenador del Athletic. «Es una ciudad acogedora, segura y limpia, con buenos servicios públicos y muchas actividades culturales. Una ciudad XXL. Nos sentimos a gusto aquí. Hay mucha calidad de vida».
Esa sensación que tan bien describe Joaquín Caparrós ha permitido alcanzar a Bilbao el puesto de «tercera ciudad con mejor reputación de España», en detrimento de Valencia y solo por detrás de Madrid y Barcelona, según resume Justo Villafañe, catedrático de la Complutense y responsable último de la encuesta Merco Ciudad. Y, aunque Bilbao solo encabeza el listado de «mejor gestión municipal» (lo que no es moco de pavo en estos tiempos de endeudamientos crónicos y miserias administrativas), la capital vizcaína se posiciona «de forma rotunda» como tercera ciudad del país.
«Al líder en reputación, que es Madrid, se le asigna el valor 1.000. Barcelona está muy cerca, con 987 puntos. Luego, en la cota de los 800, aparece Bilbao con 805 puntos. Pero es que detrás -se admira el catedrático- están Zaragoza, con 688; San Sebastián, con 666; y Valencia, con 656. Esa gran distancia apunta a un factor de irreversibilidad en esta valoración de Bilbao».
Así que el flujo de turistas seguirá su curso. En 2009, la cifra de visitantes (615.545) se incrementó un 13% con respecto al año anterior. A Joaquín Caparrós, un hombre sociable, le ha tocado ejercer un montón de veces como anfitrión en este 'su' Bilbao. Y tiene una receta infalible para con sus pupilos. Coge el coche y se los lleva al 'Kate Zaharra', un restaurante-caserío trasplantado, piedra a piedra, al monte Artxanda. El aperitivo se toma en la antigua cuadra. La comida, en la planta noble. Y, con el café que sirven Amancio y Patri, se asciende a una sala aterrazada desde donde la ciudad aparece tendida a los pies de los comensales. Abigarrada, multiforme, compleja, intrincada... y a veces, tan desmesurada como sus propios habitantes... Si a un bilbaíno le llaman 'fanfa' (de fantasma), lejos de enfadarse, se lo tomará como un halago.
Fantasmas en la Ría
«Madrid te noquea. Pero Bilbao tiene una dimensión humana. Me gusta vivir en Bilbao», asegura el actor Álex Angulo. El protagonista de 'El día de la bestia' o el inefable Blas Castellote de la serie 'Periodistas' rebosa gratitud para una ciudad que le ha llenado la retina de estampas mágicas. «De crío recuerdo imágenes fantasmagóricas cotidianas como las coladas de mineral al rojo que bajaban a la Ría. O cuando vivía en Deusto y botaban un barco... La Ría se desbordaba y los niños íbamos a ver cómo se inundaban las calles. Veíamos cómo los mercantes, sin pintar, llenos de óxido y con los obreros encima, caían al agua y luego se enderazaban, como tentetiesos. Era un espectáculo, una ópera que tenía hasta sonido propio», sonríe.
Hoy, tras los cambios operados, Angulo dice sentirse «un poco distante», la verdad. «¿Vivimos mejor en Bilbao?», se pregunta. «Según dónde te toque, claro. Hoy, que somos más 'burguesitos', lo vemos todo más limpio, podemos pasear, no están los astilleros Euskalduna. Pero... hay algo de añoranza. Tras aquel mal aspecto de antes, de aquella suciedad, se notaba una ciudad en constante ebullición, con ganas de trabajar, de estar mejor... Había otro espíritu, luchábamos por algo. ¿Somos hoy una postal como Donosti, con playa y paseo? ¿Es esto todo lo que soñábamos entonces?», se interroga el actor.
Esa tenue desazón, esa melancólica manera de sentir la existencia, parecen ligadas irremediablemente al carácter bilbaíno. ¿Podrían, tal vez, ser fruto del clima? ¿De esa lluvia triste que empapa todas las cosas y que, el pasado año, caló sus calles nada menos que 189 días? «Hay algo de eso. En Bilbao la gente parece que es reservada, triste... Llueve tanto... Pero viviendo aquí te das cuenta de que hay un concepto de calle, de vivir fuera de casa y de salir. En Sevilla el clima te invita. En Bilbao salir a la calle es un acto de voluntad y una señal de alegría».
«Se nos ha visto el plumero»
Alegría debe ser la palabra que más se acerque a definir el estado de ánimo de Iñaki Azkuna, alcalde de Bilbao, y tercer edil más valorado de España en la encuesta de Merco Ciudad tras Juan Jesús Vivas (Ceuta) y Teófila Martínez (Cádiz). Azkuna se esponja en su magnífico despacho del Ayuntamiento bilbaíno. «Aaaah. Madrid juega con ventaja, tiene una masa crítica enorme, es la capital del Reino... Pero me quedo con el salto impresionante que ha dado Bilbao en estos últimos años. Creo que ahora se nos ha visto el plumero y se han fijado en nosotros. Los ciudadanos de aquí, y los que nos han visitado, han exportado lo que nosotros sabíamos», resume.
El alcalde ensalza también el espíritu «echao p'alante», «simpático» y «hospitalario» de sus convecinos, esa bonhomía que, por ejemplo, les lleva a echar un cable siempre que observan a algún visitante en apuros, con el mapa extendido ante sus extraviados ojos. ¿Será por el carácter? ¿Será por la novedad? ¿O será, como apunta Álex Angulo, por la simple curiosidad de saber quién es capaz de perderse en un Bilbao que no tiene más que un camino de ida y vuelta?
La respuesta está en las palabras de Jon Uriarte, un comunicador bilbaíno. O, mejor, bil-bai-no, porque los de aquí pronuncian su patronímico así, con diptongo, como ha bautizado Uriarte a su muy leída columna. Uriarte es residente en Madrid y lucha por conservar, cosido al ADN, ese «punto canalla» y guasón que ha caracterizado desde siempre a sus paisanos. «Hoy somos una ciudad muy elegante, europea, que se parece a Ginebra: como bebida es rica, pero como ciudad es muy sosa. Somos una población reflejo de lo que se debe ser en el mundo: ya lo fuimos cuando Bilbao fue de las primeras en prohibir las necesidades en la calle... Éramos una ciudad estilo Blade Runner y temo que hoy estemos perdiendo esa esencia canalla», remarca.
Los tomates de Deusto, el Athletic, los txakolis, el vermut en el Estoril, las bilbainadas, los fuegos artificiales desde Artxanda, las tostas de La Viña, potes y gildas, carolinas y 'forofogoitias', las huertas y los 'tximbos', los reflejos morados del edificio del BBVA, las Siete Calles... Bilbao encierra muchos Bilbaos en su cesto de castaño...
«La catástrofe de las inundaciones de 1983 (entre los días 26 y 27 de agosto cayeron sobre Bilbao 503 litros de agua por metro cuadrado y hubo 34 muertos) supuso el auténtico punto de inflexión para la transformación de la ciudad. Hubo mucho pesimismo, pero de aquella devastación han surgido cambios significativos». Javier Cenicacelaya, arquitecto y profesor universitario, analiza con mirada certera las mutaciones sucedidas en su entorno. Para Cenicacelaya, el Metro (que acaba de cumplir 15 años) se ha convertido en el elemento que ha dado unidad y que «ha impreso carácter» al área metropolitana. «Es una obra agradecida, utilitaria y que traslada a los ciudadanos la idea de pertenencia a una unidad. Además es un medio de transporte de futuro, sostenible», apunta.
Vayan al Ensanche, vayan
El arquitecto señala al «sinnúmero de obras menores» (arreglo de calles, mejora de la iluminación, jardines, nuevas plazas y espacios urbanos, supresión de barreras arquitectónicas, ascensores y rampas para salvar los abundantes desniveles) «que han cambiado -dice- el aire de la ciudad y le han dado calidad. Bilbao la vive el peatón porque está pensada para caminar».
Y, aunque el Guggenheim se ha constituido en símbolo y tótem de la ciudad nueva, Cenicacelaya elogia, como un bien a visitar y preservar, el «excepcional» Ensanche de Bilbao, con la iglesia-salón de San Vicente, la zona en torno a los jardines de Albia, Mazarredo, el mítico Café Iruña». Pero si algo destaca Cenicacelaya de Bilbao es su cercanía a la Naturaleza, con las laderas de praderas y bosques que marcan y señalan el paso de las estaciones y cuya ubicua presencia tanto asombra a los forasteros. Y es que Bilbao, señores, es así
Y es cierto. El Bilbao de hoy tiene otros tonos. Y hasta más luz. Y no solo por el último rascacielos luminoso, la nueva sede corporativa de Iberdrola, una vela de 165 metros de alto que se levanta junto a los antiguos muelles comerciales, al lado del Guggenheim de brillante titanio. Tampoco por la completa supresión de las calderas de calefacción de carbón que convertían la ciudad en una acuarela gris cada invierno.
No. Es como si los vientos del siglo XXI hubieran hecho desaparecer aquella espesa boina de hollín que coronaba el Botxo, una villa plantada en los bordes de la Ría del Nervión y que trepa por sus laderas, como una planta en busca de oxígeno y sol. «Cuando volví en los 90, como entrenador del Recreativo de Huelva y del Depor, a pelear en San Mamés o camino de Pamplona, el cambio ya era evidente», recuerda Caparrós. «El museo Guggenheim estaba en construcción y se hacían muchas cosas pensando en la ciudad. Hoy presumo de Bilbao», se ufana el entrenador del Athletic. «Es una ciudad acogedora, segura y limpia, con buenos servicios públicos y muchas actividades culturales. Una ciudad XXL. Nos sentimos a gusto aquí. Hay mucha calidad de vida».
Esa sensación que tan bien describe Joaquín Caparrós ha permitido alcanzar a Bilbao el puesto de «tercera ciudad con mejor reputación de España», en detrimento de Valencia y solo por detrás de Madrid y Barcelona, según resume Justo Villafañe, catedrático de la Complutense y responsable último de la encuesta Merco Ciudad. Y, aunque Bilbao solo encabeza el listado de «mejor gestión municipal» (lo que no es moco de pavo en estos tiempos de endeudamientos crónicos y miserias administrativas), la capital vizcaína se posiciona «de forma rotunda» como tercera ciudad del país.
«Al líder en reputación, que es Madrid, se le asigna el valor 1.000. Barcelona está muy cerca, con 987 puntos. Luego, en la cota de los 800, aparece Bilbao con 805 puntos. Pero es que detrás -se admira el catedrático- están Zaragoza, con 688; San Sebastián, con 666; y Valencia, con 656. Esa gran distancia apunta a un factor de irreversibilidad en esta valoración de Bilbao».
Así que el flujo de turistas seguirá su curso. En 2009, la cifra de visitantes (615.545) se incrementó un 13% con respecto al año anterior. A Joaquín Caparrós, un hombre sociable, le ha tocado ejercer un montón de veces como anfitrión en este 'su' Bilbao. Y tiene una receta infalible para con sus pupilos. Coge el coche y se los lleva al 'Kate Zaharra', un restaurante-caserío trasplantado, piedra a piedra, al monte Artxanda. El aperitivo se toma en la antigua cuadra. La comida, en la planta noble. Y, con el café que sirven Amancio y Patri, se asciende a una sala aterrazada desde donde la ciudad aparece tendida a los pies de los comensales. Abigarrada, multiforme, compleja, intrincada... y a veces, tan desmesurada como sus propios habitantes... Si a un bilbaíno le llaman 'fanfa' (de fantasma), lejos de enfadarse, se lo tomará como un halago.
Fantasmas en la Ría
«Madrid te noquea. Pero Bilbao tiene una dimensión humana. Me gusta vivir en Bilbao», asegura el actor Álex Angulo. El protagonista de 'El día de la bestia' o el inefable Blas Castellote de la serie 'Periodistas' rebosa gratitud para una ciudad que le ha llenado la retina de estampas mágicas. «De crío recuerdo imágenes fantasmagóricas cotidianas como las coladas de mineral al rojo que bajaban a la Ría. O cuando vivía en Deusto y botaban un barco... La Ría se desbordaba y los niños íbamos a ver cómo se inundaban las calles. Veíamos cómo los mercantes, sin pintar, llenos de óxido y con los obreros encima, caían al agua y luego se enderazaban, como tentetiesos. Era un espectáculo, una ópera que tenía hasta sonido propio», sonríe.
Hoy, tras los cambios operados, Angulo dice sentirse «un poco distante», la verdad. «¿Vivimos mejor en Bilbao?», se pregunta. «Según dónde te toque, claro. Hoy, que somos más 'burguesitos', lo vemos todo más limpio, podemos pasear, no están los astilleros Euskalduna. Pero... hay algo de añoranza. Tras aquel mal aspecto de antes, de aquella suciedad, se notaba una ciudad en constante ebullición, con ganas de trabajar, de estar mejor... Había otro espíritu, luchábamos por algo. ¿Somos hoy una postal como Donosti, con playa y paseo? ¿Es esto todo lo que soñábamos entonces?», se interroga el actor.
Esa tenue desazón, esa melancólica manera de sentir la existencia, parecen ligadas irremediablemente al carácter bilbaíno. ¿Podrían, tal vez, ser fruto del clima? ¿De esa lluvia triste que empapa todas las cosas y que, el pasado año, caló sus calles nada menos que 189 días? «Hay algo de eso. En Bilbao la gente parece que es reservada, triste... Llueve tanto... Pero viviendo aquí te das cuenta de que hay un concepto de calle, de vivir fuera de casa y de salir. En Sevilla el clima te invita. En Bilbao salir a la calle es un acto de voluntad y una señal de alegría».
«Se nos ha visto el plumero»
Alegría debe ser la palabra que más se acerque a definir el estado de ánimo de Iñaki Azkuna, alcalde de Bilbao, y tercer edil más valorado de España en la encuesta de Merco Ciudad tras Juan Jesús Vivas (Ceuta) y Teófila Martínez (Cádiz). Azkuna se esponja en su magnífico despacho del Ayuntamiento bilbaíno. «Aaaah. Madrid juega con ventaja, tiene una masa crítica enorme, es la capital del Reino... Pero me quedo con el salto impresionante que ha dado Bilbao en estos últimos años. Creo que ahora se nos ha visto el plumero y se han fijado en nosotros. Los ciudadanos de aquí, y los que nos han visitado, han exportado lo que nosotros sabíamos», resume.
El alcalde ensalza también el espíritu «echao p'alante», «simpático» y «hospitalario» de sus convecinos, esa bonhomía que, por ejemplo, les lleva a echar un cable siempre que observan a algún visitante en apuros, con el mapa extendido ante sus extraviados ojos. ¿Será por el carácter? ¿Será por la novedad? ¿O será, como apunta Álex Angulo, por la simple curiosidad de saber quién es capaz de perderse en un Bilbao que no tiene más que un camino de ida y vuelta?
La respuesta está en las palabras de Jon Uriarte, un comunicador bilbaíno. O, mejor, bil-bai-no, porque los de aquí pronuncian su patronímico así, con diptongo, como ha bautizado Uriarte a su muy leída columna. Uriarte es residente en Madrid y lucha por conservar, cosido al ADN, ese «punto canalla» y guasón que ha caracterizado desde siempre a sus paisanos. «Hoy somos una ciudad muy elegante, europea, que se parece a Ginebra: como bebida es rica, pero como ciudad es muy sosa. Somos una población reflejo de lo que se debe ser en el mundo: ya lo fuimos cuando Bilbao fue de las primeras en prohibir las necesidades en la calle... Éramos una ciudad estilo Blade Runner y temo que hoy estemos perdiendo esa esencia canalla», remarca.
Los tomates de Deusto, el Athletic, los txakolis, el vermut en el Estoril, las bilbainadas, los fuegos artificiales desde Artxanda, las tostas de La Viña, potes y gildas, carolinas y 'forofogoitias', las huertas y los 'tximbos', los reflejos morados del edificio del BBVA, las Siete Calles... Bilbao encierra muchos Bilbaos en su cesto de castaño...
«La catástrofe de las inundaciones de 1983 (entre los días 26 y 27 de agosto cayeron sobre Bilbao 503 litros de agua por metro cuadrado y hubo 34 muertos) supuso el auténtico punto de inflexión para la transformación de la ciudad. Hubo mucho pesimismo, pero de aquella devastación han surgido cambios significativos». Javier Cenicacelaya, arquitecto y profesor universitario, analiza con mirada certera las mutaciones sucedidas en su entorno. Para Cenicacelaya, el Metro (que acaba de cumplir 15 años) se ha convertido en el elemento que ha dado unidad y que «ha impreso carácter» al área metropolitana. «Es una obra agradecida, utilitaria y que traslada a los ciudadanos la idea de pertenencia a una unidad. Además es un medio de transporte de futuro, sostenible», apunta.
Vayan al Ensanche, vayan
El arquitecto señala al «sinnúmero de obras menores» (arreglo de calles, mejora de la iluminación, jardines, nuevas plazas y espacios urbanos, supresión de barreras arquitectónicas, ascensores y rampas para salvar los abundantes desniveles) «que han cambiado -dice- el aire de la ciudad y le han dado calidad. Bilbao la vive el peatón porque está pensada para caminar».
Y, aunque el Guggenheim se ha constituido en símbolo y tótem de la ciudad nueva, Cenicacelaya elogia, como un bien a visitar y preservar, el «excepcional» Ensanche de Bilbao, con la iglesia-salón de San Vicente, la zona en torno a los jardines de Albia, Mazarredo, el mítico Café Iruña». Pero si algo destaca Cenicacelaya de Bilbao es su cercanía a la Naturaleza, con las laderas de praderas y bosques que marcan y señalan el paso de las estaciones y cuya ubicua presencia tanto asombra a los forasteros. Y es que Bilbao, señores, es así
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