jueves, septiembre 16, 2010

The Old Man by John Carlin...

Yo tengo mucha estima por los jesuitas; yo he sido corresponsal en muchos lugares y lugares conflictivos como Centroamérica, Nicaragua, El Salvador, Guatemala, cuando en los años 80 cuando había guerras ahí; y también en Sudáfrica donde ha habido también muchos conflictos, y he conocido por lo menos a media docena de jesuitas absolutamente fantásticos como personas, como individuos y, también, seres valientes. Al pensar en esto, recordaba mi llegada a Sudáfrica, cuando yo tuve la enorme suerte como periodista estar en Sudáfrica entre 1989 y 95, que fueron los años también terribles, también muchísima violencia, mucho horror, pero también tiempo milagrosos y gloriosos; y el año que llegué fue como el último año puro y duro de esta abominable injusticia llamada apartheid, que quiere decir el apartar, la separación.
Y ese año que llegué, el 89, una de las primeras personas que conocí fue, y esto me acabo de acordar ahora mismo, fue un jesuita inglés. Por cierto, dijiste, que soy inglés, bueno no es estrictamente verdad que sea inglés, nací en Londres pero mi padre era escocés y mi madre española; yo me llamo Carlin De la Torre, aunque no tenga mucha pinta De la Torre, pues ese es mi nombre de verdad. Entonces, este jesuita se llamaba Father Jerry, y lo conocí en las fueras de Ciudad del Cabo. Allí había unos barrios de chabolas donde vivían los negros, terribles lugares que uno llega de España y no conoce eso y se queda absolutamente espantado; y yo, la verdad, que recién había llegado a Sudáfrica y me quedé espantado cuando lo vi -la miseria, las terribles condiciones en los que la gente vivía- y este cura era el párroco que, quizás con un poco de exageración, era el cura de toda una zona muy, muy conflictiva, donde los cuatro o cinco años anteriores había habido muchísimo conflictos, entre la policía y el ejercito por un lado, y los militantes negros por otro. Y este padre Jerry tenía una iglesita chiquitita, cabrían en la iglesia unas 20 personas, era el único blanco que vivía en esta zona; digo al mismo tiempo había una enorme miseria y una tremenda violencia; un lugar muy peligroso. Y era una cosa curiosa, porque el padre Jerry había estado casado y con hijas, y se murió su esposa cuando él tenía cincuenta y tantos años y decidió meterse cura, que yo en ese momento no sabía que esto se podía hacer, yo no entendía esto; se metió en el seminario y eligió la ruta de los jesuitas porque como él me dijo, era la ruta más difícil, la ruta más exigente, de las opciones que tenía y creo que más años de seminario. Y cuando es sacerdote, le dicen ¿qué quieres hacer? y tendría unos 65- 67 años y él dice quiero ir a un lugar difícil donde se me exija mucho y le eligieron uno de los lugares más terribles de la historia, un barrio a las afueras llamado Crossroads, que había estado mucho en las noticias internacionales en esos años 80 y él va allí y lo primero que hace es aprender el idioma, un idioma dificilísimo, que es el idioma de Mandela que se escribe xhosa y para pronunciarlo hay que hacer unos sonidos muy extraños con la boca.

Y este padre, con 65-67 años, aprende la lengua, y yo fui a misa a una misa que él celebró y dio toda la misa en xhosa y tenían un nombre para él los habitantes de ahí que era un nombre en este idioma, y la traducción del nombre era alegría. Le llamaban el Padre Alegría, aunque vivía en un lugar, insisto, terrible. Y una anécdota que él no me la contó, pero me la contaron sus compañeros jesuitas en Johannesburgo, que después de un encuentro especialmente terrible entre la policía y manifestantes negros, habían muerto tres negros de balazos y se organizó un enorme funeral que al mismo tiempo se convirtió, como ocurría muchas veces en los funerales de este tipo, en una gran manifestación de protesta política, y eran unas 10.000 personas caminaban por una calle en este lugar repito pobre de chavolas terribles y avanzaban en una especie de columna hacia el cementerio, y el padre Jerry era el primero que estaba ahí con su cruz, y detrás cargaban grupos de personas, los tres ataúdes, y detrás de ellos 10.000 personas, y van avanzando hacia el cementerio, pero bloqueando el camino al cementerio unos 100 policías y soldados armados con vehículos blindados, y con altavoces anuncian a la gente que se tienen que detener y que no pueden seguir el paso al cementerio; los manifestantes siguen con su líder, el único blanco en esta enorme manifestación de 10.000 personas. Este cura que, por cierto, era muy bajito y delgadito, que corría maratones con sus sesenta y tantos años y con su cruz, y los policías avisan que tienen cinco minutos para dispersarse, o si no van a empezar a disparar, y se frenan, pero se quedan ahí no se van; pasan los cinco minutos y empieza la policía a disparar gases lacrimógenos, balas de goma y algunas balas de verdad, con lo cual la gente que están cargando los ataúdes salen en desbandada, salvo el Padre Jerry que se queda ahí con su cruz, gritando a los policías, la traducción no sé, pero son palabrotas.

Bueno, esta anécdota refleja, por un lado, lo fabulosamente valiente y comprometido que era este cura, pero también nos da una idea del tipo de país que era Sudáfrica en ese año 89, cuando yo llegué a Sudáfrica. Yo creo que mi libro es un relato de un cuento de hadas. Yo conozco la historia muy bien; viví allí aquellos tiempos, pero lo pienso ahora con un poquito de distancia y parece un cuento de hadas; primero, porque el protagonista del libro, que es Nelson Mandela, es como una especie de rey bueno inverosímil, imposible realmente de creer que semejante persona pueda existir en el mundo real; es un rey bueno de cuento de hadas, enfrentado a reyes y príncipes muy, muy malos; y era todo blanco y negro, literalmente.
Tenías que el 85% de la población eran negros y vivían bajo un sistema terrible. No tenían el voto, se les negaba el acceso a las mejores zonas residenciales, no podían vivir ahí, se les daba deliberadamente una educación muy, muy pobre para que no pudieran competir con los blancos en los puestos de trabajo; y se les negaba el acceso por ejemplo a las playas más bonitas. Ibas a una playa bonita, a Ciudad del Cabo, y veíais un cartel donde decía "sólo blancos"; y me acuerdo de estar en una playa muy bonita, donde en invierno ponía "sólo blancos"; y veíais a varios blancos ahí con sus perros caminando con sus perros, pero los negros no podían pisar ahí porque los arrestaban y los llevaban a la cárcel. Parques públicos, igual; en los trenes estaba dividido en secciones para blancos y para negros. Se daban situaciones muy absurdas como, por ejemplo, una niñera negra con un bebé blanco se subía al tren y ¿dónde iba? Nunca esto estaba muy definido y, como digo, el país dividido en blanco y negro y en cierto modo también en sol y sombra. Para dar un ejemplo típico de lo que ocurría en Sudáfrica, todas las ciudades o los pueblos tenían el nombre del pueblo o de la ciudad que veías en el mapa era el nombre de donde vivían los blancos y al lado había una población muchísimo más grande, infinitamente más pobre, cuyo nombre no salía nunca en el mapa, que era donde vivían los negros, para dar un ejemplo.

Para que veáis que era tan exagerado que cuesta creer que esto realmente fue así, pero había una ciudad, Upington, en el borde del desierto del Kalahari, donde vivían los blancos, y me acuerdo que para llegar uno pasaba una señal que decía "hacia el matadero". Esto era verdad, ponía "el matadero" y esa es la dirección donde vivían los negros; era un lugar donde no había árboles, era un desierto; no oíais pájaros, todas las casas eran chabolas de lata y de madera y la gente andaba descalza por la calle y después te trasladabas a un kilómetro, a Upington y aunque estaba al lado de desierto, todo verde, campo de golf precioso, toda la gente con jardines, casas de ladrillo bonitas grandes. Era increíble, eran mundos paralelos y esto se replicaba en todo el país; los negros vivían en la sombra y los blancos vivían en el sol. ..

Y yo ese año que llegué a Sudáfrica, en el 89, fui a este lugar a la ciudad de Upington, a presenciar un juicio que se hizo; y cuento esto para que veáis lo grotesco y lo exagerado, cuento de hadas del lado malo que era eso. Había habido una manifestación en el año 85; se reunieron unos 5.000 negros para protestar contra las condiciones de vida nefastas en las que vivían, en un campo de fútbol. Vino la policía, empezó a disparar como en esta historia que os cuento del Padre Jerry; la gente salió dispersaba por todos lados y un grupo como de 100 personas fue saliendo por una calle y ahí había un policía que disparó, un policía negro, por cierto, para complicarlo más todavía, que disparó contra la multitud sin ninguna razón en particular e hirió a un niño pequeño; y después al policía se le ocurrió salir de su casa desde donde había disparado y salir corriendo. Le siguió esta multitud y uno de ellos le agarró le cogió la pistola, le dio en la cabeza y mató al policía. En la semana siguiente la policía detuvo a 26 personas y acusó a las 26 de haber participado todos en este homicidio. En resumidas cuentas, un juez blanco condenó a 14 de ellos a muerte por el asesinato de este policía que había disparado a este niño. Entre los 14 había una pareja que tenía más de 60 años y tenían 10 hijos, nunca habían hecho nada ni remotamente criminal, apenas tenían participación policial y a los 14 incluidos a esta pareja de 60 años para arriba, les mandan al corredor de la muerte, un juez absolutamente despiadado que era la imagen grotesca de este sistema que cuesta creer que esto fue verdad.

También me acuerdo que vi esto y me quede atónito ante lo espantoso de este sistema tan cruel y tan inhumano, pero también, recién había llegado a Sudáfrica, tuve un atisbo de la extraordinaria generosidad de la gente negra en Sudáfrica hacia sus enemigos, sus opresores. Justo antes de que el juez anunciara la condena de muerte, todos sabían que les iban a dar la condena de muerte, uno de los acusados habló en nombre de todos los demás de los 14, tenía el derecho según la ley a dirigirse al juez, estaba todo vestido de rojo y creo que tenía una peluca blanca, hacía un calor descomunal, pero ese tipo frío como un pez, y este acusado que fue por cierto el que había matado al policía, el que había dado los golpes, se pone de pie, y era un breve discurso, yo estuve ahí ese día en la sala en el tribunal, yo era el único blanco, salvo otro periodista. Ningún blanco de la ciudad Upington había pisado ese tribunal en los 4 ó 5 años que había habido de juicio, y este hombre, se pone de pie y se dirige al juez que sabe que está a punto de condenarle a muerte y le dice: "Señoría, yo siempre he entendido que en este país no hay justicia para gente negra como yo, y ahora, en este juicio, he constado que, efectivamente, es así; pero, señoría, deseo que un día, que usted viva para ver una Sudáfrica justa y democrática y su señoría que Dios le bendiga", y se sentó. Y yo me quedé helado. Al lado mío había un señor mayor que me acuerdo que estaba vestido muy elegante, con un bastón, y cuando este acusado dice "que Dios le bendiga, señoría", este señor, padre de uno de los acusados, dice "amén". Y ahí vi retratada por un lado esa tremenda crueldad y humanidad y falta de piedad y al mismo tiempo una extraordinaria generosidad de parte de la gente negra de ese país y la generosidad y bondad que Nelson Mandela encarnó.

El objetivo principal de mi libro es contar la historia de Nelson Mandela. Es casi un tópico decir que Mandela es un gran hombre. Todo el mundo comenta que después de salir de la cárcel, después de 27 años, sin ningún rencor. Pero mi idea en este libro es explicar por qué es grande; es ir detrás de ese tópico, profundizar en él. Entonces, Mandela, como digo, el Rey Bueno de este cuento de hadas, lo meten en la cárcel, lo condenan a cadena perpetua, en el año 64; ya había estado dos años en la cárcel y, efectivamente, se había resistido violentamente al sistema. Él, en el 61 fundó el movimiento armado en contra del apartheid; ahora, un movimiento armado extraordinariamente benigno; en ese periodo no mataron a nadie, lo que hacían de vez en cuando es volar algún poste eléctrico, o algo así era lo máximo a lo que llegaban. De todos modos lo encarcelaron durante 27 años, y él en la cárcel, porque es un cuento de hadas, es el Rey Bueno. Para cambiar un poco mi analogía, un personaje de mitología griega.
En cierto modo, él sabía cuál era su destino. Aunque le acaban de condenar a cadena perpetua y le envían a una cárcel en una isla en el Atlántico Sur, él sabe que va a salir de la cárcel algún día y él sabe que va a liderar a su pueblo; quién sabe cómo, pero en la profundidad de su ser lo sabe, y sabe que esta idea de hacerlo por la lucha armada por la vía armada no va funcionar. Ya se ha demostrado que son demasiados fuertes en ese terreno, que hay que buscar una solución política, con lo cual el llega ahí, a esta isla terrible del Atlántico Sur y se empieza a preparar ya para el día cuando él va a salir de la cárcel a negociar el fin de este sistema y llegar a la democracia. Y lo que hace es que aplica un principio absolutamente fundamental, tanto en la guerra militar como en la guerra política, que es conocer al enemigo.

Tiene la sagacidad de entender que esto es lo que tiene que hacer, con lo cual él hace una cosa que para sus compañeros prisioneros, presos políticos es muy difícil entender: empieza a tomar clases, a aprender el afrikáans; el afrikans era el idioma de los afrikaners, los afrikaners era la tribu blanca dominante, los que manejaban el aparato del estado. Entonces, aprende su idioma, primero, segundo consigue libros, que esto si se los dan, sobre la historia de los afrikaners y aprende su historia, y entonces, el tercer paso es empezar a conocer a sus carceleros. Ahora los carceleros eran todos blancos, eran todos afrikaners; no era exactamente la gente más sofisticada de la tierra, era más bien gente muy poco sofisticada, con impulsos muy racistas, pero Mandela se los empieza a ganar. Hay una anécdota que cuento en el libro, que después de unos seis meses de llegar a la cárcel, le viene a visitar su abogado, y el abogado me contó la historia, que vino Mandela con pantalones cortos, que por cierto, a los presos negros les dan pantalones cortos y a los mulatos pantalones largos; hacía mucho frío en esta isla y con sandalias, y llegaba Mandela y está rodeado de eran 6 carceleros, tres de cada lado y el va en el medio y llegan al abogado y Mandela se ve con su abogado y se da un gran abrazo, cosa que desconcierta un poco a los carceleros porque el abogado es blanco y nunca habían visto una escena como esta, un negro abrazándose con un blanco; y se saludan de manera muy efusiva y, de repente, Mandela dice "ah George, era el nombre del abogado, lo siento mucho, me he olvidado de presentarte a mi guardia de honor". Se sabía los nombres de los seis carceleros y uno por uno se los presenta al abogado, y cada uno le da la mano, lo hace con una cortesía absoluta y además como si él fuera el que estaba en control de esta situación, como si estos fuera su corte; y ese fue uno de los primeros contactos de este tipo que tuve con los carceleros y, en resumidas cuentas, se los ganó a todos.

Yo entrevisté a varios de los carceleros que estuvieron con Mandela en la cárcel en esos tiempos y todos cayeron rendidos a sus pies. Incluso hubo algunos jefes de la cárcel, que había gente muy cruenta como se podía imaginar, y todos tarde o temprano acabaron rendidos a los pies de Mandela. Y ahora me voy a saltar un poquito en el tiempo, bastante en el tiempo, muchos años después, Mandela es Presidente de Sudáfrica y en el año 98 cumple 80 años, y en Pretoria, que está al Norte de País, a dos horas de Ciudad del Cabo, donde estaba su isla, su cárcel; tiene una gran fiesta de cumpleaños a la que vienen presidentes y reyes y gente de todo el mundo y a esa fiesta de cumpleaños invita a tres de sus carceleros, que habían sido sus carceleros en la isla en los años 60 y 70; tres carceleros que nunca se habían subido a un avión, y les organizo el viaje en avión a Pretoria y estaban ahí en la fiesta y cuando les vio les dio a todos un abrazo y les saludó de la manera más efusiva posible. Por cierto, ese mismo día, cuando cumplió 80 años, se casó con su tercera esposa, descubrió por fin el gran amor de su vida con 80 años, lo cual nos da ánimos a todos para seguir.

Volviendo para atrás, la cárcel de Mandela, el Rey Bueno preparó la que iba a ser su gran batalla política el día que saliera de la cárcel. La cárcel se convirtió en su laboratorio para ganarse al enemigo, para seducir al enemigo. Como digo, aprendió su idioma, su historia, aprendió a través de los carceleros los miedos, las vanidades, las esperanzas, los puntos fuertes, los puntos débiles de esta tribu africana enemiga que se tenía que ganar; y fue su gran laboratorio, tuvo su primera oportunidad y aquí es, más o menos, donde arranca el libro cronológicamente, en el año 75, que después de como casi 60 años de intentar el partido de Mandela, el Congreso Nacional Africano, negociar con el gobierno, por fin el gobierno accedió y tuve su primer contacto secreto con el ministro de justicia del apartheid en la cárcel que fue como el emisario del Presidente. En ese momento, el Rey muy, muy Malo para ver si quizá existía con Mandela la posibilidad de llegar a una solución negociada; a todo esto, porque en ese momento los blancos, por más de tener toda la fuerza militar del mundo tenía una presión internacional terrible y sentían que tenían el agua hasta el cuello.

Entonces se reúne Mandela en la cárcel con el ministro de justicia del apartheid. Imagínense qué título más paradójico, era la gran injusticia del mundo en ese momento; según Naciones Unidas, el apartheid era un crimen contra la humanidad, y aquí está el ministro de justicia, que por cierto era también el ministro de las cárceles, con lo cual era el carcelero de Mandela, y lo que paso es que se reúnen en la cárcel y una vez más, un poquito lo mismo que se vio cuando Mandela presentó a sus carceleros a su abogado. Mandela era como el que dominaba la situación. En esta reunión uno, si no supiera las circunstancias de este encuentro, pensaría que Mandela era el ministro y el otro era no sé, un abogado de pueblo que le había venido a visitar.
Por cierto, no sé si se acuerdan de la película Un pez llamado Wanda, algunos la habréis visto, en la que había un personaje que el actor, Kevin Clain, hace un personaje muy malo, muy fascista, muy racista, que al final de la película huye y se sube al avión y desaparece y la policía está detrás de él, pero logra huir, y al final, cuando salen los títulos de la película, pone en los títulos, claro en plan broma pero dice, el personaje de Kevin Clavin se exilió en Sudáfrica y ahí se convirtió en su ministro de justicia; para que tengáis una idea de lo que era ministro de justicia en aquellos tiempos. Bueno, el hecho es que Mandela sedujo absolutamente al ministro de justicia, a su carceleros del apartheid en su primer encuentro. Después, yo entrevisté al ministro de justicia para el libro, al ex ministro de justicia en ese momento, y cuando hablaba de Mandela se le caían las lágrimas, por lo menos, tres o cuatro veces en una hora y media que hablamos. Él lloraba recordando la figura de Mandela, después Mandela en la cárcel se entrevistó más de 60 veces con el jefe de los servicios de inteligencia del apartheid, posiblemente en ese momento considerado el hombre más siniestro del planeta, y Mandela se reunió con él; se lo ganó y yo hice como seis horas de entrevistas con este jefe de los servicios de inteligencia del apartheid y, cuando se refería a Mandela años después, siempre se refería a él como The Old Man, el Viejo, como si estuviera hablando de su padre, o sea, adoraba a Mandela .

Y lo mismo con otro personaje que menciono en el libro, que es un general que unos años después estaba preparado para ir a la guerra contra Mandela, que estaba creando células terroristas en todo el país para montar una guerra contra el proyecto democrático de Mandela. También Mandela logró tener una entrevista secreta con él; también yo entrevisté a este general años después y al general que obviamente Mandela lo desarmó, hablando de Mandela, se le caía la baba.

Entonces, lo que yo mantengo en mi libro es que Mandela es el gran político de todos los tiempos. Todos los políticos, lo que pretenden hacer es seducir a la gente, ganar las mentes y los corazones de las personas, y lo que hizo Mandela fue no sólo ganar a su propia gente, los negros, que también tenía su mérito, pues estaban divididos en nueve tribus y era complicado, sino que ganó a sus enemigos; ganó a estas personas que acabo de mencionar ahora, que en cada caso individual era una misión imposible y se ganó finalmente la totalidad del pueblo blanco. Y esto teniendo en cuenta que el pueblo blanco sudafricano había estado programado para ver a Mandela como el gran terrorista en jefe.

Cuando Mandela sale de la cárcel, en el año 90, es considerado por la gran mayoría de los blancos como el Osama Bin Laden sudafricano, y cinco años después le coronan rey de Sudáfrica; o sea, el Rey Bueno conquista al mal, y conquista a los malos que se rinden todos a sus pies.

Entonces, no les voy a contar toda la historia de mi libro, porque si no nadie lo va a leer, pero voy a intentar, voy hacer mi especie de psicología muy, muy superficial; voy hacer un intento de explicar cómo es que Mandela se gana a esta gente y yo creo que las lecciones que se pueden extraer de cómo Mandela logra esto, van mucho más allá de la política. Yo mantengo, y otras personas que conocen a Mandela mantienen, que todos los políticos deberían de enterarse de la vida de Mandela al leer, si no mi libro, quizá uno mucho mejor, como es la autobiografía de Mandela, pero también yo creo que la vida de Mandela contiene lecciones para gente normal como nosotros, y yo, viendo el ejemplo de Mandela, que lo veo como una especie de santo secular, veo un modelo de cómo uno debería de ser para ser una buena persona, o no sólo para ser una buena persona sino para influenciar a la gente y tener más amigos.

Ahora Mandela se encuentra con el ministro de justicia del apartheid en la cárcel. ¿Qué es lo que hace? Bueno, primero ha hecho ese esfuerzo de conocer al enemigo, la persona con la que va a tratar, pero lo más importante, es que la base de todo esto, o sea en este cocktail irresistible, seductor que tiene Mandela, que voy a intentar anatomizarlo un poquito, la base de todo es una tremenda integridad, un hombre de valores no sólo muy claros, pero que aplica sus valores.

O sea, Mandela tiene su discurso político, su discurso público, que consiste básicamente, se resume, en la palabra respeto. Hay otras palabras, justicia, derechos humanos, igualdad, pero yo creo que la palabra respeto es la que lo define mejor: y es la palabra que él usaría para definir el objetivo de todo su sacrificio político, a lo largo de toda su vida, y eso lo tremendo de Mandela y lo que yo he aprendido de esto, aunque estoy lejos de aplicarlo en mi propia vida que es esa necesidad de tener una coherencia total en lo que uno dice que son unos valores y lo que uno hace en la vida real. Y esto es lo con lo que me quedo de Mandela, es precisamente eso; que él predica respeto en todos sus discursos pero en cada detalle de su vida personal aplica ese principio aunque las cámaras estén muy, muy lejos, aunque no haya la más mínima ventaja política de nada.

Por ejemplo, hay una historia que cuento al principio del libro que, bueno, Mandela en esos tiempos, siempre se levantaba a las cuatro y media de la mañana, y siempre se hacía la cama; se hacía la cama si estaba en su casa, en la residencia presidencial, si estaba en la Casa Blanca en Washington, si estaba en el Palacio de Buckingham en Londres; por cierto, es gran amigo de la reina, que le adoraba, la reina Isabel de Inglaterra; o si estaba en un gran hotel. Y esta anécdota que cuento al principio del libro y es que estaba en un hotel en Shanghai, en la suite presidencial y se hace la cama; ahora, la señora encargada de la limpieza de esa habitación se queda absolutamente trastornada, desconcertada, destruida; o sea, todos sus conceptos, sus esquemas de vida, están por el suelo, no entiende absolutamente nada; y Mandela se entera de que la señora de la limpieza está profundamente desconcertada, con lo cual, pese a que tenía todo tipo de reuniones con ministros y empresarios, pide que, por favor, traigan a esta señora a su habitación y, a través de un intérprete, le explica que él tiene este hábito de hacerse la cama, que es una cuestión de la cárcel, que no lo puede impedir, que es como lavarse los dientes por la mañana, y le pide muchas disculpas. Esta pequeña anécdota es absolutamente típica de Mandela.

Entonces, como digo, el cocktail de este seductor irresistible; es respeto, es punto número uno, y número dos, es tremendamente cortés; da igual que esté con la reina de Inglaterra o esté con la señora de la limpieza en la habitación del hotel chino, siempre tiene unos modales exquisitos. Pero, tercero, también tiene un gran sentido del humor, es muy bromista, es consciente de, cuando conoce a la gente, que puede llegar a intimidarlos, con lo cual siempre está contando historias contra sí mismo, que en cierto modo le rebajan y le traen a un nivel humano. Por ejemplo, para dar un ejemplo entre muchos, el tipo de cosas que Mandela dice para tranquilizar a la gente y para relajarse y para recordar a la gente que es humano.

Hay una historia que le encanta contar; la he contado muchas veces; de un día que estaba en su jardín, en su casa y era Presidente y entró corriendo a través de la gente de seguridad una niña de unos siete años al jardín, se le acercó y le dijo "usted es Nelson Mandela ¿no?" Esto lo cuenta Nelson Mandela, lo que estoy contando ahora, lo cuenta Mandela siempre a gente y muchas veces, cuando recién conoce a alguien y dice, "sí, soy Nelson Mandela", "¿y usted cuántos años tiene? y Mandela dice, "no recuerdo muy bien", y le pregunta la niña, "y usted estuvo en la cárcel, me dijeron ¿no?" Dijo "sí, sí"; y "¿por qué estuvo en la cárcel?" Y Mandela le dio una explicación un poco rebuscada y la niña termina "usted debe ser un viejo muy, muy tonto". Y esta historia siempre la cuenta Mandela, le hace mucha gracia y es una forma, como digo, de bromear, de rebajarse; es parte de su encanto.

Bueno y, además, tiene algo, tiene un don, un encanto. Este cocktail irresistible, seductor, está la integridad, está el respeto, está la cortesía, está el sentido humor, pero tiene un factor x que es muy difícil de reducir y explicar, pero quizá una persona pensó, me dijo una vez que pensaba que el secreto del encanto de Mandela es que, no sé ustedes, cuando yo conozco a alguien por primera vez, o algo, siempre en algún lugar de mi cabeza o mi corazón existe una cierta duda de si voy a caer bien o voy a caer mal, o qué se yo; me preocupo un poco con la imagen que voy a proyectar. Mandela no tiene ninguna duda, él está absolutamente convencido de que va a caer muy bien; y quizá ese sea el secreto de la gente encantadora, pero esa es la guinda del pastel.
Pero lo importante de todo esto, es que si Mandela tiene estas tremendas cualidades seductoras; pero las cualidades seductoras se pueden utilizar para fines malos, como por ejemplo, el caso yo diría "Anti-Mandela", en el siglo XX, es Adolf Hitler, que también fue un gran seductor, pero con fines tremendamente nefastos; y yo diría que si hay que resumir el valor del ejemplo de Mandela, es que el que demostró que se puede ser muy, muy buena persona, generosa, noble, honesta, y al mismo tiempo ser un político brillante y lograr todos los objetivos que se uno se plantea como político. Uno puede ser bueno, muy bueno y ser un muy buen político al mismo tiempo, que se dice fácilmente, pero quizás no lo encontramos todos los días y si él logró reconciliar a su país que lo logró y logró superar estos odios y divisiones tremendas que se forjaron a lo largo de estos años, fue, yo creo, que porque fue generoso, noble y estas cosas que estoy diciendo pero también porque es un político práctico, es un hombre astuto.

Yo creo que el secreto del proceso de paz de negociaciones que hubo en Sudáfrica fue que Mandela fue pragmático y que decidió poner a un lado sus impulsos, su impulso humano hubiera sido el rencor, hubiera sido escupir en la cara al ministro de justicia, que le hubiera dado un gustazo tremendo hacerlo y decidirle de todo, pero claro esto no hubiera ayudado en absoluto en lograr sus objetivos, y lo que hay en Mandela es una tremenda convergencia entre esa generosidad y ausencia de rencor y el pragmatismo político.

Y os voy a dar un pequeño ejemplo. Mandela llega a la presidencia, está en la presidencia, la inauguración es el 10 de mayo de 1994, y al día siguiente llega a su despacho presidencial y siempre había habido sólo presidentes blancos y sólo gente blanca trabajando ahí en la administración y había un señor ahí que era el jefe de protocolo presidencial, un señor blanco, afrikaner que había estado ahí trabajando 12 años; anteriormente había trabajado en el departamento de prisiones, había sido mayor, rango mayor del departamento de prisiones, de ahí lo sacó uno de los presidentes malos, malos, en el 76, o algo así, y durante casi 20 años había ejercido de jefe de protocolo de la presidencia. Ahora, este señor afrikaner entiende, cuando llega Mandela a la presidencia, que él va a perder su trabajo, por supuesto, que va a traer a su propia; con lo cual, antes de la inauguración de Mandela, busca contactos por ahí, llama al departamento de prisiones y resulta que le van a dar un trabajo; así que él encantado. Entonces, la mañana que él llega al trabajo por primera vez, él llega muy temprano a su despacho, este jefe de protocolo blanco con una caja de cartón, empieza a sacar sus cosas del despacho y los mete en la caja y, de repente, alguien toca a la puerta, la abre y es Mandela; dice "buenos días, ¿qué está haciendo?", le pregunta Mandela; "fijese, voy a cambiar ahora de trabajo y me estoy llevando mis cosas", y Mandela "ah, ¿si?" "Al departamento de prisiones", y Mandela le dice, "no, no, no, yo conozco eso muy bien y no se lo recomiendo en absoluto", y Mandela le dice, "fíjese yo he sido un revolucionario, no tengo ningún experiencia de gobierno, no tengo ningún experiencia de cómo llevar un despacho presidencial, por favor, le pido una cosa, quédese conmigo, voy a estar aquí cinco años y después me voy; entonces, le ruego, por favor, que se quede a trabajar conmigo"; y en ese instante, este señor que ya ha experimentado este cocktail seductor al que me refiero, empieza a vaciar su caja de cartón y se queda.
Y le pide Mandela que, por favor, que organice una reunión con todos los empleados de la secretaría y de la presidencia esa misma mañana, y son como 50 personas; Mandela se reúne con ellos, son todos blancos, todos afrikaners, todos ahí segurísimo, que van a perder su trabajo; Mandela saluda a cada uno por persona, les pregunta de dónde son, hace algún comentario sobre sus pueblos natales y les da un pequeño discurso; "entiendo, si ustedes se quieren ir, que hay una paquete financiero, que se pueden ir, pero yo les ruego, por favor, a todos, que se queden; necesito su ayuda; yo no entiendo cómo funciona esto; sólo son cinco años"; y todos se quedaron, rendidos una vez más por este appeal que tiene Mandela.
Y me contaba este jefe de protocolo, que también entrevisté, que estuvo con cuatro presidentes, pero nunca nadie, ni remotamente con el encanto y el respeto y la cortesía que mantuvo Mandela. Hablé con otras de estas personas que trabajaron con él, me contaban cómo, todos los días, se encontraban por el pasillo siempre, si había algún enfermo, niño enfermo en la zona, siempre se acordaba, siempre les preguntaban cómo estaban. Y este señor, que era el jefe de protocolo, me dijo que, Mandela se fue después de cinco años, dejó la política, dejó la presidencia y vino su sucesor; y después, dos años después, este señor el jefe de protocolo, John seguía en el mismo trabajo, recibe una llamada y es Mandela que le dice "John, qué tal, cómo estás", "muy bien, gracias, señor Presidente ¿qué pasa?" "John te quería invitar a una comida en mi casa, este domingo y, por favor, trae a tu familia". O sea, ya han pasado dos años, desde que ha dejado la presidencia, antes quizá, cuando Mandela le dijo a este señor que se quedara, hubo una convergencia de su generosidad y su interés, quería gente que le ayudara a llevar su despacho presidencial; entonces, este señor, el jefe de protocolo, se va con su esposa y dos hijos adolescentes a la casa de Mandela el domingo, esperando que iba a haber mucha gente ahí, pero, no, sólo es Mandela y su familia, los cuatro; y se sientan ahí, los cinco a comer y antes de empezar a comer, Mandela levanta una copa de vino y dice, se dirige a la esposa de este señor y a sus dos hijos y les dice "ante todo, quería pedirle disculpas porque este señor trabajó muy duro 24 horas al día y me robé a su marido, señora, y a su padre, pero, ante todo, quería decirles que hizo un trabajo magnífico para mí". Esto me lo contó este señor; era un hombre enorme y estaba llorando mientras me contaba la historia. Y me contó cómo, cuando la finalizó la comida, Mandela les acompañó a la puerta de su casa, se despidió de ellos, y mientras el coche salía él estaba allí despidiéndose de ellos...

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