viernes, diciembre 24, 2010

me lo envió una vez un amigo... en su homenaje... Q Dios le bendiga...

Por Rafael Corazón González

¿Qué es la Ilustración? (II.1)

El siglo XVIII ha sido un siglo fundamental en la historia de Occidente. En él se fraguaron los principales ideales de la modernidad, de modo que aunque ésta había nacido al menos siglo y medio antes, fue en este momento cuando se tomó conciencia de su significado, de lo que se pretendía, y cuando se desarrollaron, tanto en la teoría como en la práctica, las consecuencias de un nuevo modo de pensar, de valorar, de sentir y de vivir. Esto no quiere decir que la Ilustración acabara a finales del XVIII al contrario; sus consecuencias siguen vigentes en la mentalidad actual, pues sus ideales, aunque no se hayan cumplido, siguen siendo los de muchos de nuestros contemporáneos.

No es fácil definir qué fue la Ilustración. La dificultad está en que su «mentalidad» lo abarcó todo, la filosofía, la religión, el Derecho, la economía, la ética, la antropología, la política, la literatura, etc., y es posible, por tanto, tomar cualquiera de estos campos para hacerse una idea de lo que significó, sin necesidad de primar unos más que otros. La Revolución francesa, que fue su efecto práctico más significativo y dramático, no fue sólo una revolución política, una lucha contra el Antiguo Régimen, sino que abarcó toda la vida del hombre: persecución religiosa, una nueva idea de la libertad, del Derecho, de la justicia, un nuevo orden social..., todo ello con pretensiones de universalidad, consecuencia de una profunda convicción de superioridad sobre el orden establecido, que hizo de los ilustrados unos publicistas y, más tarde, unos conquistadores cuyo imperio iba a liberar a la humanidad de sus cadenas.

La primera característica del pensamiento ilustrado es, pues, el criticismo: «primero se alza un gran clamor crítico: los recién llegados reprochan a sus antecesores no haberles transmitido más que una sociedad mal hecha, toda de ilusiones y sufrimiento; un pasado secular sólo ha llevado a la desgracia; y ¿por qué? De este modo entablan públicamente un proceso de tal audacia, que sólo algunos hijos extraviados habían establecido oscuramente sus primeras piezas; pronto aparece el acusado: Cristo. El siglo XVIII no se contentó con una Reforma; lo que quiso abatir es la cruz; lo que quiso borrar es la idea de una comunicación de Dios con el hombre, de una revelación; lo que quiso destruir es una concepción religiosa de la vida» [HAZARD, P, El pensamiento europeo en el siglo XVIII, Alianza Editorial, Madrid, 1998, 10]

La crítica a la religión puede considerarse el punto central porque es, simultáneamente, la crítica a un sentido de la vida, de los valores, a la ética, a lo que una cultura considera como valioso o como malo. Por eso el ataque a la Iglesia Católica era, al mismo tiempo, el intento de cambiarlo todo. La Ilustración pretendía abolir un modo de entender la vida y el mundo y sustituirlo por otro, y el fundamento en el que se apoyaba Occidente era el cristianismo. Cambiar el mundo, el modo de pensar y de vivir, no era posible más que demoliendo su punto de apoyo. «Las consecuencias del Humanismo y de la Reforma, con ser tan importantes, lograron debilitar, pero no destruir, el valor normativo de la tradición. En general, los pueblos de la vieja Europa siguieron rigiéndose por los ideales cristianos y antiguos y por las formas sociales heredadas. Tan sólo la irrupción de aquella poderosa corriente espiritual llamada Ilustración cambió esto radicalmente» [2 VALJAVEC, F., Historia de la Ilustración en Occidente, Rialp, Madrid, 1964, 1].

La Ilustración quiere cambiar el fundamento de todos los valores para que la humanidad viva de una manera «más humana», más digna, para que sea feliz, para que reine la paz y la armonía entre los hombres. Y para ello Dios ha de ser sustituido por el hombre pues «la Ilustración parte de su firme confianza en poder emitir un juicio favorable de las facultades intelectuales del hombre en general y de su propio tiempo en particular. Cree estar en posesión de un amplio saber que le descubre y comunica todas las verdades fundamentales; cree haber desvelado los misterios esenciales del mundo visible y del invisible, y se siente muy superior al estado de las ciencias en el pasado. Desconoce toda inseguridad intelectual y toda inquietud interior. El círculo cerrado del nuevo saber humano es el cobijo en que el hombre se siente protegido. De aquí deriva, en contraposición con las épocas anteriores, la negación de los antiguos ideales y de la tradición como norma del orden en absoluto» [Ibidem 2n]

Arruinar lo establecido para construir un orden nuevo que les parecía que, necesariamente, sería perfecto, en el que no podrían repetirse los errores del pasado: «estos audaces también reconstruirían; la luz de su razón disiparía las grandes masas de sombras de que estaba cubierta la tierra; volverían a encontrar el plan de la naturaleza y sólo tendrían que seguirlo para recobrar la felicidad perdida. Instituirían un nuevo derecho, ya que no tendría que ver nada con el derecho divino; una nueva moral, independiente de toda teología; una nueva política que transformaría a los súbditos en ciudadanos. Para impedir a sus hijos recaer en los errores antiguos darían nuevos principios a la educación. Entonces el cielo bajaría a la tierra. En los hermosos edificios claros que habrían construido prosperarían generaciones que ya no necesitarían buscar fuera de sí mismas su razón de ser, su grandeza y su felicidad» [HAZARD, P., o.c., 10] . En resumen, construirían «la ciudad de los hombres», un mundo verdaderamente humano, obra de sus manos, hecho a su medida. Un mundo, por tanto, en el que la dimensión trascendente estaría de sobra. «¿Qué se pretendía?, ¿cuál era el fin último perseguido? La respuesta podría enunciarse sin duda así: la construcción de la felicidad en este mundo; una construcción que pretendía ser científica, pero sobre la que, en realidad, pesaba un patente elemento pseudo ingenuo y mítico, inconciliable con las exigencias racionales que pretendían ser su característica fundamental» [OCARIZ BRAMA, F., Voltaire: Tratado sobre la tolerancia, Emesa, Madrid, 1979, 11]

Pero si se quiere ir al fondo, a la idea que sirve de base a todo el planteamiento ilustrado, hay que darle la razón a Kant cuando, en un breve escrito, resumió lo que, desde su punto de vista, significaba la Ilustración. En 1783 J. E Zöllner, un párroco de Berlín, preguntó abiertamente ante la opinión pública: ¿qué es la Ilustración? La respuesta de Kant, explicada luego con más detalle, fue la siguiente: «Ilustración es la salida del hombre de su culpable minoría de edad. Minoría de edades la imposibilidad de servirse de su entendimiento sin la guía de otro. Esta imposibilidad es culpable cuando su causa no reside en la falta de entendimiento, sino de decisión y valor para servirse del suyo sin la guía de otro. Sapere aude! ¡Ten valor de servirte de tu propio entendimiento! Tal es el lema de la Ilustración»[ KANT, I., Respuesta a la pregunta: ¿Qué es Ilustración?, en En defensa de la Ilustración, Alba Editorial, Barcelona, 1999, 63]. ¿Qué quiere decir con estas palabras?

Kant la define como la salida de la minoría de edad, o sea, como la madurez. ¿De quién? Del hombre, de la humanidad. Esto significa que hasta ese momento, a sus ojos, la humanidad no había sido la protagonista de su propia existencia, no había actuado en nombre propio sino que había sido conducida por maestros, pedagogos, padres, sacerdotes, etc. Aquí está la clave para comprender lo que los ilustrados pensaban sobre sí mismos: por fin la humanidad se sentía y actuaba como lo que era, como «autónoma», es decir, como legisladora de su propia conducta, tanto individual como colectiva. Autonomía es la palabra que define con más precisión el ideal ilustrado. El polo opuesto de esa concepción autónoma de la libertad sería entonces la autoridad, la tradición, lo institucional.

¿De qué hay que liberarse para llegar a ser autónomos? De la guía de otros y, más en concreto, del entendimiento, de la razón, de las ideas, leyes y normas externas, para dirigir la propia conducta. En un primer momento, según acabamos de leer, lo importante es servirse del propio entendimiento, que es el que debe gobernar la vida del hombre; pero iremos viendo que la autonomía de la que habla Kant implica un nuevo modo de entender la libertad. Por eso autonomía quiere decir también «liberación», emancipación, pero no de esto o aquello, sino de todo. Cada hombre, como ser autónomo, es una isla, un «individuo» encerrado en sí mismo que sólo se abre a los demás cuando quiere y como quiere, y al que, por tanto, no se debe pedir cuentas de su conducta. El concepto de responsabilidad hace referencia a otro u otros ante los que hay que responder, dar explicaciones, justificar las propias acciones. La libertad que ahora se ha logrado es, por el contrario, una libertad irresponsable porque ¿qué libertad sería si tuviera que someterse a un juicio ajeno? Si acaso cada uno es responsable ante su propia conciencia y nada más.

Kant añade que el estado de minoría de edad en el que había permanecido la humanidad hasta ese momento era «culpable», pues se debía a la falta de «decisión y valor», al miedo de asumir la responsabilidad de las propias decisiones, de pensar por sí misma. Así como un niño es enseñado y guiado por sus padres y sus maestros, la humanidad había preferido vivir bajo la tutela de algunos antes que enfrentarse a la realidad, había descargado en otros la propia responsabilidad, y para ello se había inhibido y sometido . «Pereza y cobardía son las causas por las que tan gran parte de los hombres permanece con agrado en minoría de edad a lo largo de la vida, pese a que la naturaleza los ha librado hace tiempo de guía ajena (naturaliter maiorennes), y por las que ha sido tan sencillo que otros se erijan en sus tutores» [Ibidem].

La responsabilidad, que tiene por destinataria la propia conciencia, ha sido traspasada a otros; de este modo, según Kant, los hombres han creído liberarse de una gran carga. Miedo y cobardía, ésas han sido las causas de la falta de madurez de la humanidad pues «es muy cómodo ser menor de edad. Tengo un libro, que suple mi entendimiento; a quien cuida del alma, que suple mi conciencia; a un médico, que me prescribe la dieta, etc., de modo que no tengo que esforzarme. No tengo necesidad de pensar, si puedo pagar; otros se encargarán por mí de la enojosa tarea» [Ibidem].

Quitarse este peso de encima, sin embargo, ha tenido un precio demasiado alto. No pensar por sí mismos, no sentirse responsables de nada implica renunciar a la libertad.

Por tanto, el diagnóstico de Kant es claro: la humanidad ha vivido sin libertad porque no se ha atrevido a pensar por sí misma. La Ilustración es, por eso, una emancipación: el menor de edad ha decidido hacerse cargo de su vida, vivirla por sí mismo, no depender de nada ni de nadie.

Como ejemplos concretos Kant cita tres: «el oficial dice. ¡No razones, sino ejercítate! El consejero de hacienda: ¡No razones, sino paga! El clérigo: ¡No razones, sino cree!» [Ibidem, 65]. Kant no se opone, al menos en principio, a que exista la autoridad y a que, por tanto, haya que obedecer. Lo que critica es que se prohiba pensar: «el uso público de su razón debe ser en todo momento libre, y sólo éste puede llevar a los hombres al estado de ilustración; pero su uso privado debe ser a menudo limitado muy estrechamente, sin que ello obste, en particular, al progreso de la ilustración. Entiendo por uso público aquel que alguien, en calidad de docto, puede hacer de su propia razón ante el público entero del mundo de lectores. Llamo uso privado al que le está permitido hacer de su razón en un puesto civil, o función, que se le ha confiado» [Ibidem]. En terminología actual podría decirse que Kant defiende la libertad de expresión, la libertad de prensa, la libertad de enseñanza, etc., pero los soldados, los ciudadanos, y los creyentes, si tienen un cargo público, o sea, en cuanto funcionarios, deben cumplir con sus deberes incluso aunque no estén de acuerdo con lo que se les manda.

El presupuesto de esta doctrina es que quienes gobiernan, si de verdad buscan el bien de los gobernados, deben estar dispuestos a oírlos; más aún: deben desconfiar un tanto de sí mismos y de sus puntos de vista, y permitir que se les haga una crítica positiva, dirigida a hacerles ver qué puede mejorarse o qué es erróneo". Prohibir el uso público de la razón es signo de cerrazón, de tiranía. Pero una vez oídas todas las voces, el gobernante debe decidir por sí mismo, y los que le están sometidos deben obedecer. La teoría kantiana es razonable y aceptable por cualquiera que acepte que sin libertad los actos carecen de valor moral. No es éste, pues, el problema. Lo que debe examinarse es qué entiende Kant por libertad.

El punto central, se estudie la Ilustración desde un ángulo o desde otro, es siempre el mismo: la libertad entendida como autonomía. Primero liberarse o emanciparse de tutelas externas, y luego usarla para autogobernarse. O, con palabras de Hazard, sustituir los deberes por los derechos: «a una civilización fundada sobre la idea de deber, los deberes para con Dios, los deberes para con el príncipe, los nuevos filósofos han intentado sustituirla con una civilización fundada en la idea de derecho: los derechos de la conciencia individual, los derechos de la crítica, los derechos de la razón, los derechos del hombre y del ciudadano» [HAZARD, P., La crisis de la conciencia europea, Alianza Editorial, Madrid, 1988, 11]. La libertad se entiende, por tanto, como absoluta e indivisible y se extiende a todos los campos. Por eso la Ilustración supuso una ruptura radical con todos los valores establecidos. Todo se considera una atadura y por eso todo debe ser cambiado.

No es una exageración, por tanto, el siguiente resumen de la situación europea en el siglo XVIII: «¡qué contraste, qué brusco cambio! La jerarquía, la disciplina, el orden que la autoridad se encarga de asegurar, los dogmas que regulan la vida firmemente: eso es lo que amaban los hombres del siglo XVII. Las trabas, la autoridad, los dogmas, eso es lo que detestan los hombres del siglo XVIII, sus sucesores inmediatos. Los primeros son cristianos, y los otros anticristianos; los primeros creen en el derecho divino y los otros en el derecho natural; los primeros viven a gusto en una sociedad que se divide en clases desiguales; los segundos no sueñan más que con la igualdad» [Ibidem]

En resumen, puede decirse que la Ilustración fue un movimiento cultural y social que pretendía liberar al hombre de toda dependencia externa, emanciparlo y, por tanto, hacerlo independiente, de modo que pudiera ser autónomo, o sea, darse sus propios principios y normas tanto racionales como morales y políticas.

Causas de la Ilustración

¿Cómo se llegó a este ideal? ¿Por qué se pensó que los hombres habían vivido hasta entonces sometidos a criterios ajenos al propio hombre, a autoridades que carecían de legitimidad para dictarles conocimientos, normas morales, leyes políticas y costumbres? En el origen del pensamiento ilustrado hay, como punto central, una nueva antropología, un modo nuevo de concebir al hombre: «la era de la Ilustración es antihistórica, y sueña… con un hombre ideal y universal, en el que naturaleza y razón constituyen las supremas normas de valor en todo el ámbito humano»[ HIRSGHBERGER, J., Historia de la filosofía, II, 9a ed., Herder, Barcelona, 1967, 145] Pero este sueño no surgió de la nada, sino que vino precedido por dos movimientos que abrieron una brecha profunda con la Edad Media, hasta el punto de considerarla la Edad Oscura, la época de las tinieblas: el Renacimiento y la Reforma protestante.


No hay comentarios: